Un raudal de bendiciones

Abriré las ventanas de los cielos y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde. Malaquías 3:10.

           Si oramos y confiamos en Dios, recibiremos bendiciones. Durante su misión Jesús sufrió insultos, persecuciones y odio. Cuando nació, sus padres tuvieron que salir de Belén, porque el rey Herodes pensando que podía quitarle el trono, se propuso matarlo. En los días que comenzó su ministerio, fue rechazado primero a su pueblo de Nazaret y después en Jerusalén. Aunque sanaba enfermos, resucitaba muertos, alimentaba a los hambrientos, fortalecía a los débiles y consolaba a los afligidos, su pueblo lo rechazó. Los dirigentes religiosos sabían que era inocente, por envida en un juicio apresurado lo condenaron y murió crucificado. Su oración final: “Padre, perdónalos que no saben lo que hacen”, es un reflejo de su misión terrenal y su inmenso amor.

            El apóstol Pablo era romano de nacimiento y del linaje judío. Estudió bajo la dirección de distinguidos rabinos y fue destacado. Como era celoso de sus creencias, pasó a ser miembro del Sanedrín. Quizás no conoció a Jesús. Igual que la mayoría de los judíos, tenía un conocimiento errado de las verdades bíblicas. Después del ascenso de Jesús, comenzaron a perseguir a sus seguidores. “Saulo asolaba a la iglesia y entrando casa por casa, arrastraba hombres y mujeres y los entregaba en la cárcel” Hechos 8:3, estaba convencido que hacía lo correcto. Mientras iba para Damasco, un rayo de luz cayó sobre él y una voz le dijo: “Saulo ¿por qué me persigues?”.  Preguntó: “¿Quién eres, Señor?”.  Le respondió: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”. La fuerte luz lo dejó ciego. Fue llevado a Damasco, donde pasó tres días de oración y ayuno.

          Dios envió a un discípulo que fue y oró por Pablo, recuperó su salud, se bautizó y comenzó a predicar, en sinagogas explicaba la experiencia que había cambiado su vida. Como el odio de los judíos crecía, tuvo que huir: realizó cuatro largos viajes, a cada lugar que llegaba predicaba el evangelio. En su último viaje a Jerusalén, fue arrestado y llevado a Roma, mientras estaba preso escribió sus 14 epístolas. Igual que los cristianos, fue acusado del incendio de Roma. Tal vez fue decapitado el año 67. Desde que Jesús le habló, su vida cambió y a pesar del peligro, su misión aquí en la tierra lo preparó para entrar, por las puertas de la ciudad celestial y tener vida eterna.

            Si confiamos plenamente en Dios, recibiremos abundantes bendiciones. Según Éxodo 13:21-22, cuando el pueblo de Israel salió de Egipto, y durante los cuarenta años que anduvieron por el desierto: “Jehová iba delante de ellos de día, en una columna de nube para guiarlo por el camino, y de noche una columna de fuego para alumbrarles, a fin de que anduviesen de día y de noche. Nunca se apartó del pueblo la columna de nube de día, y de noche la columna de fuego”. He oído historias de la forma milagrosa, cómo seres celestiales han protegido, a los que en los momentos de mayor peligro, han orado con fe y un raudal de bendiciones los ha inundado.

Articulo publicado en Volumen XII. Guarda el enlace permanente.

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