Testimonios de un hijo

Desde la niñez has sabido las Sagradas Escritura, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. 2ª. Timoteo 3:15.

           Me puse a revisar el pasado, leía cartas que mis hijos me enviaban en diferentes oportunidades. Veamos un recuento de mi primogénito: “¡Seré pastor cuando sea grande!” Estas palabras las pronunció por primera vez, cuando tenía cuatro años. Finalizó la escuela secundaria a los 16 años. Su padre no quería, que continuara estudiando en instituciones cristianas, aspiraba que ingresara en una de las importantes universidades de nuestro país. A pesar de esa oposición, ser menor de edad y con pocos recursos económicos, decidió unir su suerte con el pueblo de Dios.

Muchas veces hablábamos sobre sus estudios, y la probabilidad que fuera a una institución cristiana. Yo consideraba que esa decisión debía tomarla él. Jamás lo obligué, pero sí lo incentivé a estudiar en instituciones cristianas, además imploré la ayuda Divina en mis oraciones diarias, para que siguiera al Salvador.

          En enero de 1974, fue con su abuela a Puerto Rico, a visitar una tía. Me llamó para informarme, que por su propia cuenta ingresó al Colegio Antillano. Había sido aceptado poco antes y aprovechó ese paseo, para hacer realidad su sueño. Recuerdo que a veces, hablábamos sobre su educación, manifestaba su deseo de continuar en una institución cristiana. Entiendo lo difícil que fue para él esa decisión: era menor de edad y además de dejar las comodidades del hogar, debía trabajar para pagar parte de sus estudios.

           Leamos lo que me envió el 23-4-74: “No voy a estar con usted este día, quiero desearle lo mejor para usted y darle gracias a Dios por el privilegio, que me dio de tener una madre cristiana, que ha educado a sus hijos en el amor de Cristo. Sus consejos han sido para mí preciosos, con la ayuda de Cristo, trataré de ponerlos en práctica, ya que desea lo mejor para sus hijos y se sigues esforzando, para darnos una educación cristiana. Usted es la mejor madre, yo no dejo de decir: Gracias Dios mío por la madre que me diste. Tu hijo”. Pienso que como adolescente, sufría lejos del hogar. A pesar de ser tan joven, como Moisés en el pasado, eligió echar su suerte con el pueblo de Dios.

           Después fue a California, para evitar complicaciones con la familia, le pedí que no estudiara religión: decidió química. Antes de empezar su último año, con un amigo fue a llevar el carro de un pastor en Miami. El día siguiente, mientras se bañaba, se resbaló y con su brazo izquierdo rompió la puerta de vidrio de la bañera. Mi hijo gritó, su amigo acudió y llamó una ambulancia. Yo fui a Miami dos días más tarde. Quería traerlo a Venezuela, sus clases habían comenzado, y tal vez no podía graduarse. El médico recomendó, que para su rehabilitación era mejor el lugar donde estudiaba. Con tristeza, lo acompañé al aeropuerto: iba pálido, débil y con el brazo entablillado.

            Como no pudo usar su brazo en el laboratorio, no tuvo la nota requerida. Decidió hacer realidad su sueño: el año siguiente se graduó en religión y después su Maestría en Salud Pública. Casado y con su primer hijo, regresó a Venezuela, en 1983 inició su trabajo misionero. Fue ungido de pastor el 11-01-1989, desde esa fecha ocupa cargos en la Iglesia Adventista. Hoy es director del programa de capellanía, del Hospital Adventista, tiene dos maestrías y un doctorado. Las  bendiciones  invaden a todos los que sigan los caminos de Dios.

Articulo publicado en Volumen XIII. Guarda el enlace permanente.

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