¿Qué nos acerca a Dios?

Las muchas palabras multiplican la vanidad. Eclesiastés 6:11.

         El Imperio de Babilonia tuvo momentos de gloria con Nabucodonosor, el más destacado Rey. Fue una de las ciudades más grandes y ricas del planeta. Según Daniel 4, Nabucodonosor en su último sueño, vio un árbol gigantesco y un santo exclamó: “Derribad el árbol y cortad sus ramas”. Como quería su interpretación llamó a Daniel, que alarmado y con simpatía le dijo: “El árbol que viste… eres tú, oh rey, que creciste, y te hiciste fuerte”. Además le aconsejó que renunciara a sus pecados. La ambición y el orgullo crecieron tanto, que un año después caminando en el palacio y pensando en su poder exclamó: “¿No es ésta la gran Babilonia, que yo edifiqué… para gloria de mi grandeza?” Entonces, una voz le dijo: “el reino es traspasado de ti… con las bestias del campo será tu morada… siete años pasarán sobre ti, hasta que conozcas que el Altísimo se enseñorea en el reino de los hombres”. En ese momento, el gobernante más poderoso del mundo se volvió loco, por despreciar el mensaje de Dios.

           Durante siete años estuvo en el campo despojado del reino. Cuando le volvió la razón, en un acto público el orgulloso Rey se convirtió en hijo de Dios. Como aprendió  lecciones que ignoran casi todos en el mundo, añadió: “Yo alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo”. Esa proclamación pública fue el último acto de su vida, registrado en la Biblia, indica que habían pasado varios años de los 43 que reinó. Este testimonio es una demostración que el orgullo y la soberbia invade a los que se alejan de Dios.

          Por envidia los hermanos de José, lo vendieron. En Egipto, lo compró un capitán  donde estuvo diez años. Fue acusado falsamente y terminó en la cárcel. Dios bendijo su honestidad y después fue gobernador de Egipto. Por siete años recogió alimento para el hambre profetizada. Dos años después, llegaron diez de sus hermanos, José los reconoció, ellos no. Para saber si habían cambiado, los puso presos por tres días. Ellos hablaban de lo malo que hicieron a José, como él los entendía les dio libertad y dijo que si tenían, que volver trajeran a su hermano menor. Al padre no le gustó eso, había perdido a José y no quería perder a Benjamín. Los alimentos se acabaron y tuvieron que volver a Egipto. José los recibidos muy bien. Ordenó al mayordomo que llenara sus costales, devolviera el dinero y pusiera su copa de plata en el del menor. Empezaron el viaje, el encargado los detuvo, diciendo que habían robado la copa del Gobernador. La encontró en el costal del menor. Con temor volvieron al palacio. Todos podían irse menos Benjamín, Judá dijo que él ocuparía su lugar porque su padre podía morir. José se dio cuenta del cambio y con lágrimas respondió: “Yo soy José ¿vive aún mi padre?”.

            Llegó la reconciliación, José les dijo que Dios lo había enviado para ayudarlos, faltaban cinco años de hambre. Después de 20 años de ausencia, su padre y toda su familia fueron a Egipto. La vida pura y prudente de José, es una hermosa historia que arroja luz. Hay aspectos semejantes a la vida de Cristo: amado de su padre, rechazado y vendido por sus hermanos, vivió en obediencia a la ley de Dios, fue dotado de sabiduría celestial, tentado por el mundo, estuvo preso y cuando salió salvó a su pueblo. Si con fe nos acercamos a Dios, grandes bendiciones nos inundarán.

Articulo publicado en Volumen XIII. Guarda el enlace permanente.

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