Lámpara es a mis pies tu palabra y lumbrera a mi camino. Salmo 119:105
La célebre frase del filósofo griego Sócrates: “sólo sé que nada sé” ha invadido mi mente. Sócrates ubicado entre los años 470 y 399 antes de Cristo. Era de origen humilde. No dejó nada escrito, eso lo hicieron sus discípulos, especialmente Platón y Aristóteles. Para él la escuela era la vida y “sus maestros la gente que encontraba por las calles”. Ese filósofo, moralista y científico fue condenado a muerte por sus ideas. Según las investigaciones es uno de los grandes errores, que aún pesan sobre los atenienses. No fue la primera ni la última víctima de la intolerancia, la equivocación siempre ha existido en todos los países.
Otra frase importante que recuerdo es la siguiente del doctor Alberto Einsten: “todos somos ignorantes de algo”. El fue uno de los científicos más destacados del siglo XX (1879-1955) era tímido y callado. Desde niño tenía una mente ingeniosa. No se distinguió en la escuela, ni le gustaba la mayoría de las clases. Desde los 5 años despertó su interés la brújula de su padre. Los libros de ciencias y matemáticas despertaron su interés.
En 1932, Einsten viajó a Estados Unidos. La Segunda Guerra Mundial había comenzado. Además de su origen judío y alemán de nacimiento, era un científico muy conocido, Hitler “puso precio a su cabeza”, no podía regresar a su país y adquirió la ciudadanía norteamericana. Sus famosos descubrimientos se sintetizan en la teoría de la relatividad y la energía atómica. Era pacífico y escribió al presidente Roosvelt “la posibilidad científica de crear una bomba atómica”. Siguieron su concejo, se dedicaron a la investigación y crearon las bombas atómicas que acabaron con dos ciudades japonesas. Ese científico no le daba ninguna importancia a las riquezas, era sencillo y quería paz en el mundo.
Cuando el orgullo y el ensalzamiento propio se posesionan, es casi imposible que esa persona, por más que sea un destacado intelectual o miembro activo de una iglesia, deje de crear problemas. Si se concentra demasiado en sí mismo y se considera superior a los demás, acarrea grandes dificultades, que pueden convertirlo en amargado.
El orgullo priva al ser humano de las bendiciones del cielo, es necesario que Dios nos ayude para desterrarlo de la mente. Esa clase de engreimiento, “abunda en las iglesias de hoy… El orgullo, la ignorancia y la insensatez son compañeros constantes” (White). Cristo nos da libertad de todo y envía ángeles, para que nos ayuden en cada momento. Nuestra mente sólo se desarrollará completamente cuando lleguemos a la patria celestial, no debemos preocuparnos por el mañana. Todo cambia tan rápido, que no tenemos ninguna certeza de nada. La inseguridad que existe en el mundo es grande, lo único que nos da confianza es cuando al levantarnos oramos, estudiamos la Biblia y pedimos a Jesús, que nos enseñe qué debemos hacer en ese momento. Sólo Dios puede darnos sabiduría.