Salud física y mental

Sáname, oh Jehová, y seré sano; sálvame, y seré salvo; porque tú eres mi alabanza. Jeremías 17:14.

          En el libro Mente, carácter y personalidad de Elena de White se presenta el caso de una joven que estaba muy enferma. La madre, pensando que su hija moriría pronto llamó a la autora del libro, llegó y después de orar le tomó el pulso y le dijo: “Hermana, si usted se viste y va a trabajar toda esta invalidez pasará”. Se volvió a su mamá y le dijo: “su hija podía haber muerto como consecuencia de una imaginaria enfermedad si no se la hubiera convencido de su error”. La joven fue obediente y se recuperó. La escritora asegura que miles mueren, porque su imaginación les impide continuar viviendo: “temen que empeorarán si trabajan o hacen ejercicio, cuando ése es exactamente el cambio que necesitan para mejorar… Deberían ejercer fuerza de voluntad, elevarse por encima de sus dolores y debilidad, dedicarse a alguna actividad útil y olvidarse de sus espaldas, costados, pulmones y cabeza doloridos… La inactividad produce una atrofia de los músculos, disminuye su fortaleza y contribuye a que la sangre fluya lentamente por los vasos sanguíneos”. Esto significa que las dolencias y las enfermedades están, pero si  pensamos en ellas y las acariciamos, en lugar de mejorar, empeoran.

He vivido situaciones similares. Por un problema cardiaco congénito, mi hígado no recibía suficiente sangre oxigenada para realizar sus funciones. Yo estaba muy enferma. Además de mi gran debilidad, lo que más me afectaba eran los persistentes y fuertes cólicos ocasionados por ulceraciones en el colón. Muchas veces, me levantaba casi sin poder caminar, pero al pensar en mis hijos, me olvidaba del dolor y miraba el porvenir con optimismo. Doy gracias a Dios porque me dio valor, para ayudarlos en el momento cuando más me necesitaban. Hoy son adultos y profesionales, cuando les he comentado algo sobre esa etapa difícil de mi vida, me llama la atención que no conocen los detalles. Sólo recuerdan que pasaban la mayor parte de un día con su abuela, además los meses que vivieron con una tía, durante el tiempo cuando por de mi operación del corazón, yo permanecí en Caracas por tres meses.

Cuando estaba escribiendo mi tesis de maestría en literatura latinoamericana, las dolencias nuevamente se apoderaron de mi cuerpo. Mis compañeros y profesores conocían mi caso y hasta me preguntaban: ¿Para qué estudias? Además de mi salud y mi edad próxima a los 60 años, había perdido la voz y mucho calcio, así que era imposible continuar enseñando. Después de orar, llegué a la conclusión que mi objetivo era dejar esa herencia a mis hijos, para que siempre miren hacia delante con fe. Recuerdo que muchas noches y días, me debatía entre el dolor físico y las ideas que debía escribir. La vida siguió su curso y estoy aquí. A veces he pensado que, a pesar de los achaques propios de mi edad, estoy mejor física y espiritualmente que antes de cumplir los 30 años. Mientras mí tiempo en esta tierra no haya concluido, debo continuar en actividad haciendo todo lo que me permita testificar, de las grandes cosas que Dios me ha dado. Es la mejor herencia que puedo dejar a mis hijos y nietos.

Articulo publicado en Volumen I. Guarda el enlace permanente.

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