Rumor o chisme

 No andarás chismeando con tus pueblos. Levítico 19:16

Las cosas que más afectan la vida del ser humano son los chismes y murmuraciones, que sin sentido tergiversan la realidad de los hechos. El escritor venezolano Francisco Salas Pérez, en su obra situada a fines del siglo XIX y comienzos del XX, dejó constancia en sus artículos costumbristas. En una de las semblanzas de su tiempo que denominó Noticias leemos: “si se acaban las noticias me voy del país”, para que las noticias que sean buenas deben ser contrarias al gobierno. Ese punto se ha extendido a todos los que tengan proyección en la vida pública ya sea en el campo, cultural, arte, gobierno o religión. Es un tema frecuente en casi todos los países. En esa época no había el grupo de especialistas que hay actualmente: en política, economía y guerra, sino en hechos que se desarrollan con el vecindario, familia y amigos.

Hay cristianos, que invierten la mayor parte de su tiempo en hablar y señalar los errores de los demás, pero jamás se detienen en los suyos. Es difícil entender que a una iglesia, donde unos entran no con un espíritu de adoración, sino de críticas. Esas personas sólo aceptan lo que ellos dicen y piensan, asuntos sin importancia. Cuesta convencerlos que es necesario orar, tomar en cuenta las opiniones de los demás y no juzgar, porque eso pertenece a Dios. Debemos contribuir para que miles sigan el camino de la salvación. En la Biblia no se presenta un sólo caso de alguien, que no se haya equivocado. Ni siquiera personajes tan destacados como Moisés y David que tuvieron una vida perfecta. Tal vez el único fue Enoc, que con la ayuda divina, anduvo en armonía con los designios del Altísimo, por eso fue el primero en pisar los umbrales del cielo.

Hay humano que se ocupan tanto de las noticias de crímenes, críticas y chismes mundiales, nacionales y locales, que se amargan, arruinan su salud y la tranquilidad de su familia, vecinos y amigos. Leamos lo que armoniza con la concepción de religiosos, sicólogos y siquiatras: “No podemos vivir de las cáscaras de las faltas o errores de los demás. Hablar mal es una maldición doble, que recae más pesadamente sobre el que habla que sobre el que oye. El que esparce la semilla de la disensión cosecha en su propia alma los frutos mortíferos. El mero hecho de buscar algo malo en otros, desarrolla el mal en los que lo buscan. Al espaciarnos en los defectos de los demás nos transformamos en la imagen de ellos” (White). Si nuestra mente se mantiene en contacto con lo divino, recibiremos abundantes bendiciones de Dios.

Articulo publicado en Volumen III. Guarda el enlace permanente.

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