Quién fue Judas

Por cuanto no recibieron el amor de  la verdad para ser salvos 2ª Tes.2:10 

La vida de Judas, discípulo de Jesús, es una advertencia para los que obstinadamente desobedecen a Dios y persisten en el pecado. Al perder la protección divina, las redes del mal los envuelve tanto, que ellos mismos creen que su procedimiento es correcto, cuando en realidad pueden estar siendo arrastrados a la degradación más vil.

Aunque Judas escuchaba las enseñanzas de Jesús, y veía su vida abnegada, no se dejó transformar por el poder de su amor. Cuando se dio cuenta que su ministerio ofrecía beneficio espiritual y no altos cargos, empezó a introducir dudas y controversias, que confundieron y desalentaron a los discípulos. Como los consideraba cortos de vista e inferiores a él, utilizó su influencia y aparente religiosidad, para estimular la ambición personal, que provocó la disputa sobre cuál de ellos era el mayor.

Judas siempre estuvo inclinado a criticar. Tenía una opinión tan elevada de sí mismo, que a veces hasta se creía más sabio que Cristo. A pesar, que no se oponía abiertamente a sus enseñanzas, criticó a María cuando le ungió los pies. El orgullo herido, por la reprensión del Maestro, el deseo de venganza y la codicia lo llevaron a consumar la traición. Judas jamás imaginó, que Cristo se dejaría arrestar y menos que moriría. Su propósito era enseñarle una lección para que lo tratara con el debido respeto, e inducirlo a sentarse en el trono de David. Si realmente era el Mesías, el pueblo lo proclamaría rey. Pensaba que por lo que estaba haciendo, tenía asegurado el primer puesto en el nuevo reino. Ansiosamente siguió a Jesús, desde el huerto hasta el juicio. Sólo esperaba el momento cuando se presentaría como el Hijo de Dios, y anularía todas las maquinaciones de sus enemigos. Cuando el juicio se acercaba a su fin y sus ilusiones se desvanecieron, el sentimiento de culpa se trocó en un miedo aterrador.

Imaginemos a Judas, un hombre alto, bañado de sudor, con el rostro pálido y desquiciado, corriendo a través de la multitud, hasta llegar al sitial del juez. Allí arrojó las piezas de plata e implora a Caifás que suelte a Jesús. ¡Yo he pecado! –gritó angustiado. Después acude a  Jesús, lo reconoce como Hijo de Dios y le suplica que se libere. Jesús, que siempre conoció las intenciones de su corazón, sabiendo que esa confesión no era sincera, sino que brotaba de la terrible tortura de su conciencia culpable, lo mira compasivamente y le dijo: «Para esto he venido al mundo». Al ver que sus súplicas son vanas, sale precipitadamente de la sala mientras exclama ¡Demasiado tarde! Siente que no puede ver el final. Desesperado va y se ahorca. ¡Qué triste fin!

(Base el capítulo Judas de El Deseado de Todas las Gentes)

 

 

 

 

 

 

 

 

Articulo publicado en Volumen II. Guarda el enlace permanente.

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