No temas porque yo te redimí. Isaías 43:1.
Por dirección celestial Gedeón (1249–1209 antes de Cristo), el quinto juez de Israel, dividió sus trescientos hombres en tres grupos. Las armas que le dio a cada uno fueron: una trompeta y una tea encendida en un cántaro de barro. La lucha comenzó a medianoche, los tres grupos tocaron las trompetas, rompieron los cántaros y con las antorchas encendidas, iban hacia el enemigo lanzado el siguiente grito: “¡La espada de Jehová y de Gedeón!” Los enemigos despertaron: además de la luz de las antorchas, el sonido de las trompetas y el grito de los guerreros, como creían que era un ejército abrumador, el miedo los dominó tanto que con gritos de alarma, huían y mataban a sus compañeros. Si sólo trescientos hombres derrotaron a un inmenso ejército, también alcanzaremos la victoria si confiamos en Dios.
El doctor en teología y monje alemán Martín Lutero (1483-1546), aunque venía de un hogar humilde, dio inicio al protestantismo. Su vida comenzó en una época, en que los errores y el fanatismo dominaban en el mundo cristiano. Cuando comprendió el error que había, por la venta de indulgencias para obtener el perdón de los pecados, de los vivos y de los muertos, elaboró sus célebres 95 tesis, que en 1517, el día de “todos los santos”, colocó las tesis en la puerta de una catedral, con una invitación para discutirlas. Su argumento despertó tanto interés, que en dos semanas se dispersaron por Alemania y después por casi toda Europa. En sus predicas, sugería que estudiaran La Biblia. Eso conmovió tanto a la nación, que dio origen al nacimiento de la Reforma.
Según un decreto del Rey, tan pronto dejara de tener vigencia el salvoconducto, que le había entregado a Lutero, debía ser apresado y sus escritos quemados. Cualquiera que obrara en contra de ese decreto, sería condenado. Un príncipe preparó su escape. Mientras Lutero regresaba a su residencia, fue secuestrado y llevado a un castillo, donde estuvo más de un año. En ese aislamiento, además de escribir un gran número de tratados que circularon por toda Alemania, tradujo el Nuevo Testamento al dialecto popular, que dio origen al alemán moderno y compuso cantos religiosos, que todavía son himnos nacionales en ese país. Dios separó a Lutero de la vida pública, para que todas las miradas se dirigieran al Padre Eterno. Después de casi cinco siglos, el Papa Juan Pablo II reconoció la labor de Lutero y lo reivindicó.
En la época de mayor violencia que tuvo Colombia, supe la historia de un cristiano, que le gustaba predicar sobre las maravillas del amor de Dios. Muchas veces lo hacía en su casa: un día estaba reunido con varios creyentes, cuando un grupo fuertemente armado los rodeó. Tan pronto sus amigos vieron que esos hombres se acercaban, huyeron. Ese cristiano quedó solo en el púlpito. Los asesinos entraron y aunque lo buscaron por todas partes, no lo vieron y se fueron muy contrariados. Como él los vio, creció su fe pues tenía la seguridad, de que un ángel lo protegió.
Estos tres personajes de épocas tan diferentes, tuvieron un contacto permanente con el Padre Celestial. Aunque el enemigo tendía su manto oscuro, para que confundidos siguieran sus caminos, Dios premió la fidelidad de ellos.