El rey Salomón

Te nacerá un hijo, el cual será varón de paz… Su nombre será Salomón. 1 Crónicas 22:9. 

            Salomón, el hijo del rey David, fue escogido y designado por Dios desde antes de su nacimiento, para suceder a su padre. Por instancias del profeta Natán y de Betsabé, su madre, Salomón fue ungido y colocado en el trono antes de la muerte de su padre, quien le hizo recomendaciones solemnes. Tenía 20 años cuando su padre murió y tomó el reino. Uno de sus primeros actos fue, en presencia de muchos, ofrecer el sacrificio de un cordero en el antiguo altar. Allí como virtud de las promesas de Dios, pidió en oración “un corazón entendido para juzgar al pueblo y para discernir entre lo bueno y lo malo”. A Dios le agradó tanto su humilde pedido, que además de sabiduría y prudencia para gobernar, le añadió riquezas, honores y largura de días.

           Adquirió tanta fama por su lucidez y conocimientos, que fueron a su corte representantes de muchas naciones. Siguió el consejo del rey David, su padre, y en siete años construyó el magnífico templo de Jerusalén, en el lugar indicado. El santuario pasó a ser el punto central del magnífico templo, el cual era una sombra del que hay en el cielo, donde seremos juzgados todos los humanos.

              Después el rey Salomón se dedicó a sus deseos, primero hizo un espléndido palacio, para él y otro para la hija de Faraón, una de sus esposas. También construyó depósitos de agua, acueductos y reedificó varias ciudades, en diferentes partes de su reino. Además estableció un comercio lucrativo, con los reinos de esa época.

          Tenía riquezas, magníficos palacios, jardines, viñedos, guardias y sirvientes. A esto se suma la cantidad de esposas, lo cual es prohibido por Dios, en Deuteronomio 17:17 leemos: “no tomará para sí muchas mujeres, para que su corazón no se desvíe”. Accedió tanto a esas tentaciones, acarreadas por su excesiva prosperidad, según 1ª. Reyes 11:3 “tuvo setecientas mujeres reinas y trescientas concubinas; y sus mujeres desviaron su corazón”. Aunque fue amonestado por Dios, se entregó a los placeres con sus esposas extranjeras, además siguió sus abominables idolatrías. Como “hizo lo malo antes los ojos de Jehová” 1ª. Reyes 11:6, fue profetizado que su reino sería dividido. Cuando murió en la parte meridional, con Jerusalén de capital, su hijo Roboam heredó el reino. En la parte norte, Jeroboam, un valiente oficial de su ejército, tomó el poder de 10 de las 12 tribus.

            Los cuarenta años de su reinado (1015-975) fueron pacíficos. Hizo extensas obras, activó tanto el comercio con los extranjeros, que le dio prosperidad a su nación. La gente de su pueblo se sentía oprimida, por el exceso de trabajo y de impuestos a que eran forzados. Su capacidad intelectual lo llevó a varias ramas: además de sus conocimientos sobre la naturaleza, fue poeta, filósofo, moralista, “compuso tres mil  proverbios y sus cantares fueron mil cinco” 1ª. Reyes 4:32. Sus libros son: Cantar de los cantares, tal vez lo escribió al comienzo de su reinado, algunos salmos, Proverbios y Eclesiastés, este último lo escribió al final de su vida, donde presenta la debilidad de la naturaleza humana, un resumen de su experiencia y su arrepentimiento. Esas enseñanzas sirven de ejemplo para que no caigamos en graves pecados. Nuestra oración constante debe ser: Amado Jesús, como a Salomón dame un corazón humilde y apártame del mal.

Articulo publicado en Volumen X. Guarda el enlace permanente.

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