Pedro y Judas

Pedro se acordó de las palabras del Señor… Antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Lucas 22:61.

          Pedro y Judas eran emprendedores y capaces. Formaron parte de los 12 discípulos de Cristo. Es triste saber que ambos lo traicionaron, en las horas más difíciles y dolorosas de su misión terrenal. En casi todas las culturas la lealtad a la familia, la patria, la iglesia y los amigos tiene gran valor. Después de más de dos mil años, estremece la famosa frase del emperador romano, Julio César, cuando rodeado de asesinos, vio entre ellos a Brutus, su hijo adoptivo. Antes de morir asesinado, exclamó: “Tú también, Brutus, hijo mío”.

           Judas Iscariote estaba convencido que Jesús era el Mesías, pensaba que si lo seguía podía ocupar un alto puesto, cuando fuera proclamado Rey de Israel. Por su habilidad administrativa, se ganó la confianza de los discípulos y pasó a ser el tesorero del grupo. Introdujo dudas y controversias porque consideraba, que los otros discípulos eran inferiores a él. Deseaba un cambio en su vida por su acercamiento a Jesús, pero ese deseo no prevaleció. Hay cristianos que aunque asistan a una iglesia, no pisarán los umbrales de la patria celestial, porque igual que Judas, aparentan caminar al lado del Salvador, pero en sus corazones dominan el egoísmo, el orgullo, la envidia, la avaricia y la falsedad.

         Cuando Judas comprendió que Jesús ofrecía promesas espirituales, en lugar de un reino en este mundo, donde él esperaba ocupar un puesto alto, comenzó a alejarse. Dos días antes de la Última Cena, Jesús y sus discípulos fueron a la casa de Simón el leproso, que preparó una fiesta en honor al Maestro. En ese momento, cuando todos estaban sentados, entró María Magdalena, como demostración de su agradecimiento, ungió los pies del Salvador con un perfume de alto costo. Judas que guardaba el dinero del grupo, al ver ese acto exclamó con violencia: “¿Por qué ese derroche? Podría haberse vendido a gran precio y dado a los pobres”. Jesús reprendió a Judas, que disgustado por su respuesta, además de chasqueado por el fracaso de sus sueños y cargado de avaricia, abandonó el lugar y buscó a los dirigentes religiosos de Israel, con quienes planificó la entrega de Jesús.

         Pedro no tuvo la intención de negar a Jesús. Su acto fue el resultado de un momento de miedo. Cuando se dio cuenta lo que había hecho “lloró amargamente”. La confianza propia lo indujo a creer que nada podía separarlo de Cristo, ese es un pecado muy peligroso. Por su arrepentimiento pasó a ser un testimonio del poder transformador de Cristo.

        Ambos con la oportunidad de ser salvos, traicionaron a Jesús. Reconocieron sus errores, pero respondieron en forma diferente. En Pedro hubo un verdadero arrepentimiento y recibió la promesa de la vida eterna. En cambio Judas, aunque al final también reconoció su falta, se ahorcó y con ese acto selló su condenación. Procedió así porque su arrepentimiento no nació en él, sino del miedo de las consecuencias de sus pecados. Pedro murió crucificado en Roma, probablemente el año 64, durante la persecución de Nerón y después del incendio de Roma. Orígenes, uno de los más fecundos escritores y teólogos, ubicado entre los siglos II y III, escribió que Pedro no se consideraba digno de morir igual que Cristo, pidió ser crucificado con la cabeza hacia abajo. El apóstol y mártir Pedro llegó a ser una de las personas de mayor trascendencia, en los albores del cristianismo.

Articulo publicado en Volumen V. Guarda el enlace permanente.

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