Oración y poesía

¡Den gracias al Señor! ¡Proclamen su nombre! Cuenten a los pueblos sus acciones. Salmo 105:1.

            Una de las formas más efectivas, que disponemos para testificar nuestra fe es aceptar la invitación del salmista, y hablar de las abundantes bendiciones que el cielo nos otorga. Antes que los grandes poetas de la antigüedad dieran al mundo sus cantos épicos, ya escritores bíblicos como Moisés, habían dejado constancia de sus emociones y sentimientos, en hermosos versos sagrados, con expresiones sublimes, para deleite y beneficio espiritual al alcance de todos.

Moisés fue educado “en toda la sabiduría de los egipcios y era poderoso en palabras y obras” Hechos 7:22. Durante los treinta años que permaneció en el palacio, se capacitó para ser el sucesor de Faraón, con el esplendor de riquezas, honores, adulación, gustos y estilo de vida, eso ha podido encausarlo hacia el orgullo, la depravación y la crueldad como el fin del poder. La semilla sembrada por su madre, durante sus primeros años, fue decisiva para el cambio violento que tuvo su vida: del palacio pasó al desierto, de príncipe a pastor de ovejas y del tumulto a la soledad.

Despojado de los honores mundanos, imaginemos los largos años que pasó en el desierto. Meditaba y hacía el balance de su pasado “sus oraciones a favor de Israel ascendían día y noche. Los ángeles celestiales derramaban su luz en su derredor. Allí, bajo la inspiración del espíritu Santo escribió el libro de Génesis” Patriarcas y Profetas p. 256. En ese mismo ambiente, escribió el libro de Job. No fue por el conocimiento adquirido en Egipto, sino por inspiración divina, que trece siglos antes de Cristo, escribió cosas que la ciencia demoró tantos siglos en descubrir, como leemos en Job 26:7 “El extiende el norte sobre el vacío, cuelga la tierra sobre  nada”, señala claramente la posición de nuestra tierra. Al final de su vida, en Deuteronomio 32:44 leemos: “Vino Moisés y recitó todas las palabras de este cántico a oídos del pueblo”. Ese cántico es un testimonio de alabanza por las grandes cosas que Dios hizo por su pueblo, cuando lo sacó de Egipto y los condujo a través del Mar Rojo. Presenta los dos caminos: el bien y el mal, termina instando a escoger el bien “porque no es cosa vana, es nuestra vida”.

Como Moisés en el pasado, no estamos solos. La sabiduría y la protección vienen de Dios, sólo espera que la pidamos para darlas en abundancia. La belleza perfecta está reflejada en su amor. La poesía y el canto son dones que el Padre de las luces, derrama sobre los que anhelan mantener comunión con el cielo. Canto, oración y poesía se fusionan en algo tan hermoso que asciende al trono celestial, un experimento de ello lo encontramos en los salmos, de David el “dulce cantor de Israel”

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