«Nada me faltará»

Estas cosas os he hablado para que en mi tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo. Juan 16:33.

Un domingo de noche, perdí uno de los vidrios de mis lentes mientras asistía a una conferencia en la iglesia. El miércoles siguiente llegué temprano, como el recinto estaba casi vacío, me dirigí al lugar donde había estado sentada el viernes. ¡Cuál no sería mi sorpresa! Debajo de uno de los bancos, estaba el vidrio intacto, sin daño. Recordé que en tiempo de Eliseo, la escuela de los profetas se hizo pequeña y necesitaba ser ampliada. Uno de los estudiantes consiguió un hacha prestada. Mientras cortaba un árbol, el hacha se salió y ¡zas! cayó en el río Jordán. El joven preocupado porque el hacha era ajena, acudió al “varón de Dios”, cortó un palo, lo echó en el lugar y el hierro flotó. Cada día comprendo, que el amor y cuidado de Jesús por nosotros no tiene límites.

Las circunstancias de mi vida me han obligado a depositar mi confianza en Jesús. Cuando hay algo muy difícil y no encuentro solución, pienso en mi salud, hago el problema a un lado, lo pongo en oración y dejo la solución en las manos de Dios. Me agrada el silencio de la noche, cuando estoy en la cama lleno mi mente con pensamientos que me fortalezcan. Me duermo mientras tengo un diálogo-oración con Jesús.

No debemos vivir afanados por los bienes terrenales o por un futuro seguro, el exceso de trabajo y preocupaciones, minan nuestro sistema nervioso y nos enferman. El dinero no da felicidad, los bancos pueden quebrar, las posesiones ser destruidas o morirnos en cualquier momento. La única roca sólida y firme es Jesús. Si dejamos nuestro futuro y nuestra vida en sus manos, jamás seremos defraudados. Hagamos nuestras las palabras del Salmo 23: “Jehová es mi pastor, nada me faltará”, “nada” significa que tendremos comida y en un lugar seguro viviremos, sin egoísmo.

El profeta Elías estuvo escondido, junto a un arroyo y no pasó hambre, porque Dios enviaba cuervos, que en la mañana y en la tarde, le llevaban la comida necesaria. Tan pronto el arroyo se secó, el mismo Dios lo envió a otro lugar, donde preparó a una viuda pobre, sólo tenía un poco de harina y aceite, por fe nada escaseó hasta que la sequía terminó. Cristo vino y murió en el Calvario por nosotros, su amor es tan grande que sólo necesitamos amarlo, para que sus maravillas nos asombren. Mi mayor deseo es agradarlo. Mi secreto es pedirle que aumente mi fe, orar sin cesar, encomendar cada día la vida de mis hijos y nietos, no pensar en mis dolencias y mantener la mente ocupada. Cuando he descuidado algo, me he encontrado en densas dificultades, ventajosamente he retomado el camino. ¡Por la gracia de Dios, estoy aquí!

Articulo publicado en Volumen III. Guarda el enlace permanente.

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