Fanatismo

No seáis tropiezo. 1ª. Corintios 10:32

Las palabras o gestos pueden afectar el rumbo de una vida. El fanático se define como tener “excesivo celo por una religión u opinión”. Sus sinónimos son: intolerancia, apasionado, ciego por algo, idólatra. Arturo Uslar Pietri escribió: “El fanatismo es la negación de la inteligencia, es la negación de la curiosidad intelectual”. Si el orgullo y la autosuficiencia anidan en una persona, sus actos son aterradores, pues no invocan a Dios.

Los fanáticos son peligrosos, perciben el mundo desde su propia concepción. En sus mentes hay una mezcla de error y verdad. Son tan celosos en cuanto a sus ideas y creencias, que se constituyen en jueces hasta de sus hermanos. A través de todos los tiempos, el fanatismo ha sido y es el lado enfermizo de la fe. Está presente en casi todas las religiones y tendencias políticas. La Inquisición dejó muestras, tal fue el caso de Fray Luis de León (1527-1591), uno de los poetas más notables del renacimiento español. Estudió en las mejores universidades de su época. La envidia motivó tanto a los jefes religiosos, como había traducido “El Cantar de los Cantares” al castellano, lo acusaron de hereje y la Inquisición lo condenó. Permaneció casi cinco años tras las rejas y fue absuelto. Ese penoso juicio demostró los errores de sus jueces. También el físico, matemático y astrónomo Galileo (1564-1642) tuvo que, para salvar su vida, renegar ante la Inquisición de esta gran verdad: que la tierra es redonda y gira alrededor del sol.

Las noticias más aterradoras nos llegan diariamente por la violencia, que desatan los islámicos. Se describen como religiosos pacíficos, llevan el Corán en sus bolsillos y en sus mentes. Toda su vida se ajusta alrededor de las interpretaciones, que sus maestros dan sobre el Corán. Nos cuesta entender que suicidio, asesinato y terrorismo, especialmente contra los que no profesan su fe, son valores arraigados en esa religión. Están convencidos que además de convertirse en héroes, acortan su camino al cielo.

Los fanáticos se pueden comparar con los fariseos, eran falsos e hipócritas. Su celo era la parte externa de su religión, los llevaba a largas discusiones con sabios y doctores, dejaban oír sus airadas voces, hasta en las calles. Para fariseos y rabinos tenía gran valor la apariencia y ostentación. Como se esforzaban por guardar la letra de la ley, se creían santos. No se daban cuenta de su condición. Igual que muchos, convertían los servicios religiosos en una simple rutina. En las formas externas de culto, sustituían el verdadero espíritu de adoración. El recinto sagrado era una especie de club, el lugar ideal para saludar a los amigos, intercambiar consejos médicos, recetas culinarias, chistes o manifestar su desacuerdo con todo lo que no se ajuste a sus concepciones. Sus interpretaciones bíblicas eran personales y no se basan en “así dice Jehová”.

La historia más triste está cargada de horrendos crímenes, cometidos por fanáticos. Acudamos a Dios con fe, para que su luz celestial nos inunde.

Articulo publicado en Volumen III. Guarda el enlace permanente.

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