Milagros de fe

Ni aún en Israel he hallado tanta fe. Mateo 8:10

Jesús realizó muchos milagros durante su ministerio, se registran 35 en el Nuevo Testamento, siete en sábado. Están escritos para que comprendamos su misión en esta tierra, por la redención de los humanos, de modo que el mensaje de salvación llegue a todos. Cada palabra que salía de sus labios, llevaba un mensaje de esperanza y consuelo para todo, el que en ese momento o a través de las edades, lo acepte. Siempre decía a los dolientes: “conforme a tu fe sea hecho”. Al acercarse a ellos y sanarlos espiritual y físicamente, utilizaba los métodos más eficaces para cumplir con su misión.

El milagro registrado en Mateo 8, fue un pedido poco usual. El centurión era un militar, nacido y educado en las costumbres paganas del Imperio Romano. Los dirigentes judíos tergiversaban las profecías y cerraron tanto sus sentidos, pensaban que la misión del Mesías no era la salvación de los humanos, sino librarlos de sus odiados opresores romanos. Lo interesante es que ese militar buscó ayuda para un siervo. No conocía a Jesús, pero había oído sobre sus curaciones y creyó. Traspasó el prejuicio y el odio, se acercó y le dijo: “di la palabra y mi siervo será sano”. Jesús maravillado por la petición del militar romano dijo: “Ni aún en Israel he hallado tanta fe”. Fue un reproche para los que considerándose fieles a Dios, dudaban. Entonces le dijo al centurión: “conforme creíste te sea hecho”, inmediatamente su criado fue sanado.

Estuve leyendo sobre el comienzo de la obra evangelística en Colombia. Era una época muy difícil. Me impresionó uno de los milagros, que hubo en la vida del pastor Max Trummer. Los dirigentes religiosos querían salir de él, encargaron para tal fin a un político, que contrató y adiestró a tres asesinos. Mientras el pastor bajaba una colina montado en una mula, vio a tres hombres que trataban de ocultarse entre las rocas. Pensó que estaban planeando algo maléfico. Los separaba una hondonada. Cuando llegó a ella, se bajó de la mula, se arrodilló y oró pidiendo la protección celestial. De nuevo tomó el camino, subió la cuesta y al pasar cerca de los hombres se detuvo, se bajó de la mula y los saludó amablemente. Ellos estaban nerviosos y uno temblaba. El pastor siguió su camino, los asesinos asustadísimos se dirigieron al autor intelectual del crimen, para informarle sobre el fracaso, pensaban que el pastor debía tener mucha influencia, para conseguir que un batallón completo lo protegiera. Un ejército de seres celestiales lo acompañaron, y nos acompañarán si ponemos nuestra vida en las manos del Salvador, y no dejamos que nuestra mente se llene de duda y pensamientos pecaminosos.

El relato termina con el fin del autor intelectual del frustrado crimen. Después uno de los asesinos lo esperó en el mismo lugar, se escondió entre las rocas y salió con la pistola que ese mismo señor le había entregado, lo mató, lo robó y arrojó su cadáver por un precipicio. Fue arrastrado por las aguas del río, donde el pastor había orado pidiendo la protección divina.

Articulo publicado en Volumen III. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.