Los israelitas

       No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel. Génesis 32:28. 

         Para entender al pueblo de Israel hay que leer la Biblia, tiene su historia y la del cristianismo. Somos creados con libertad, no hay neutros, sólo hay dos caminos: Dios o el enemigo. El diluvio fue porque: “la maldad de los hombres era mucha en la tierra” Génesis 6:5. Sólo se salvaron 8: Noé, sus hijos: Sem, Cam, Jafet y sus esposas.

   El siglo XIX a. C., Abraham “varón justo”, descendiente de Sem, vivía en Ur de los Caldeos, una de las ciudades más importantes. Con el fin de separarlo de influencia mala, Dios le dijo: “Vete de tu tierra y de tu parentela a una tierra que yo te mostraré”, prometió hacer de él una nación grande, se fue de su patria y siguió el plan divino. Las religiones descendientes de Abraham son: judíos, cristianos y musulmanes. Jacob, nieto de Abraham, tuvo 12 hijos, estaba invocando a Dios, cuando le apareció un ángel y le dijo: “No será más tu nombre Jacob, sino Israel”. Judío o judaísmo deriva de Judá, era el 4 de los hijos de Jacob, recibió bendiciones por los errores del primogénito.

          Profetas y jueces gobernaban a Israel, cuando pidieron un rey a Dios: Saúl fue el primero, siguieron David y su hijo Salomón, gobernaron 120 años. El 922 a. C., diez tribus se rebelaron y formaron otra nación. Se convirtieron en idólatras y perdieron la protección de Dios, el Imperio Asirio los llevó cautivos. Las profecías señalan que Jesús nacería del linaje de David. La Biblia está llena de símbolos.

            El año 587 a. C., Jerusalén fue tomada por Babilonia. El cautiverio duró 70 años. Siguieron los Medo-Persas. Cuando la profecía marcó el tiempo, el rey firmó el decreto para la restauración de Jerusalén y del templo, no sabía que eso era para que estuviera preparado el lugar donde nacería Jesús, nació cuando los romanos dominaban al mundo. Los judíos esperaban al “Mesías Príncipe” como un rey poderoso. Interpretaban las profecías, según sus deseos y convencidos de ser libres del Imperio Romano.

          Los sacerdotes y príncipes tenían privilegios, que los romanos les habían dado y no querían perderlos. Las profecías eran claras sobre la vida y muerte de Jesús, pero ellos no querían entender nada que afectara sus intereses egoístas. Cuando Cristo hizo su entrada triunfal en Jerusalén, se apartó de la multitud y lloró por “la ciudad amada”, al rechazar su última amonestación sellaron su destrucción. Dejaron de ser el pueblo Dios, y todo el que lo acepte es heredero de sus promesas. La profecía “no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida”, se cumplió el año 70. Tito, el general romano, contemplaba el magnífico templo, y pidió a sus soldados que no lo destruyeran. Una noche, salieron los judíos y los atacaron, entonces un soldado arrojó una tea encendida en el atrio, y otro soldado en el templo. Muchos judíos, que buscaban refugio perecieron. Entonces llevaron cautivos a los sobrevivientes a Roma, para enaltecer el triunfo de Tito: unos fueron arrojados a las fieras, otros desterrados y esparcieron por toda la tierra.

         El juicio de Jesús comenzó la noche del jueves, con falsos testigos. El viernes temprano, lo llevaron al gobernador romano Poncio Pilato, como tenía dudas y la turba incitada por sacerdotes y príncipes gritaban: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale! Para dictar la sentencia, se lavó las manos pues no era culpable. Los religiosos y dirigentes del pueblo contestaron: “su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos”, el odio se hizo eco en esas palabras. Murió la hora cuando el sacerdote cumplía con el rito diario: el sol se oscureció, la tierra tembló, el velo del templo se rasgó y el cordero, que sería sacrificado escapó. Ese rito finalizó cuando Cristo el cordero de Dios fue sacrificado.

           El pueblo que mayor aporte ha dado a la humanidad es el judío, son laboriosos, tenaz e inteligente. Después de la Segunda Guerra Mundial, las principales naciones decidieron darle a Jerusalén, la tierra que habían perdido por casi 1.900 años. Hasta hoy muchos han sido galardonados con el “Premio Nobel”.

Articulo publicado en Volumen VI. Guarda el enlace permanente.

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