La herencia de mi madre

Sé que mandará a sus hijos y a su casa después, sí guardan el camino de Jehová. Génesis 18:19.

           No había tenido tiempo de meditar en la nobleza de mi madre, hasta el día de sus funerales, cuando el pastor encargado del servicio, fue hilvanando entre sus seis hijos presentes, aquellos rasgos que en medio del dolor afloraban de nuestros labios. Se podría decir que mi madre nunca se destacó en nada: ni en la iglesia, ni en la comunidad. No obstante, fue una mujer excepcional. Yo me pregunto ¿qué hizo mi madre viuda, con escasa preparación y pocos recursos económicos, para levantar a sus hijos con Dios? Su grandeza no estriba en haber cumplido a cabalidad su deber de madre, sino en su humildad, su vocación de servicio y su fidelidad a sus creencias cristianas.

          Ella vive en nuestros corazones, el testimonio de su vida no se borra. A las puertas de su casa, nunca llegó un hambriento o un limosnero, sin que ella satisficiera sus necesidades, aunque eso significara darle su propia comida. Todo lo que poseía pertenecía a Dios, le devolvía los diezmos, ofrendas y ayudaba a los necesitados. En esto incluía hasta sus propios hijos y nietos. Llamó la atención descubrir que los regalos, que recibía muy pronto tenían otro dueño. Hoy comprendo a mi madre: su gozo estaba en dar antes de su partida final.

          Mi madre colocó a Dios en primer lugar. Cada mañana nos levantaba bien temprano a participar del culto familiar: comenzábamos cantando, se meditaba en textos bíblicos y terminábamos con oraciones, dábamos gracias a Dios, presentábamos nuestras necesidades y problemas ante el altar celestial. Nadie en su casa comenzaba ninguna actividad sin participar en esa parte espiritual. Esos recuerdos se grabaron en sus hijos y nietos.

         Mi madre nunca permitió que se tomara prestado el dinero dedicado a Dios, ni siquiera para nuestras necesidades, como comprar comida o medicinas. Conforme a su fe, el Señor siempre suplió nuestras penurias. La mejor prueba somos sus hijos, aunque unos tienen dinero y otros somos pobres, todos llenos de optimismo, continuamos transitando por el camino de la vida. Estas lecciones son tesoros que sus hijos guardamos. Cuando el pastor leyó su cronología, había en el tono de su voz una honda satisfacción, en nuestros rostros un brillo de amor, admiración y lágrimas. Mi madre nos dejó sus actos de bondad y fe, continuarán hasta la resurrección de los justos.

          El rey Salomón describe a la mujer que teme a  Dios, veamos: “Mujer virtuosa, ¿quién la hallará? Porque su estima sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas… Se levantaron sus hijos y la llamaron bienaventurada; y su marido también la alaba” Proverbios 31:10 y 28. Este texto nos estimula a tomar parte de nuestra oración, las siguientes palabras de un poeta: “Señor, enséñame a amar como tú amaste, sin hacer diferencia entre las gentes, y a darme como tú que te entregaste, todo entero en mil formas diferentes”. Si comprendemos que nuestra misión terrenal se centra en reflejar el amor de Cristo, cada día pediremos que su luz celestial ilumine nuestra senda.

Articulo publicado en Volumen IV. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.