La fe de un niño

Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia y todas estas cosas os serán añadidas. Mateo 6:33

A fines de enero de 1974, llamó mi suegra de Puerto Rico para informar que mi hijo, por su propia cuenta había ingresado al Colegio Antillano. Fue aceptado unos meses antes y aprovechó ese paseo, con su abuela para hacer realidad su sueño. Muchas veces mientras hablábamos sobre su educación, manifestaba su deseo de continuar en una institución cristiana. Deseaba tenerlo cerca, pero me consolaba pensar que estaba siguiendo los caminos de Dios. Comprendo lo difícil que fue para él eso: era menor de edad y además de dejar las comodidades del hogar, debía trabajar para pagar parte de sus estudios. Doy gracias a Dios por las múltiples bendiciones, que le ha dado: desde hace 25 años se desempeña como pastor Adventista.

Tal vez, mi hijo tomó la primera decisión importante de su vida, varios años antes. Estaba por finalizar su cuarto grado, estudiaba en una escuela cerca de nuestra casa. Un jueves, mi hijo regresó preocupado con una nota de la dirección del plantel, donde informaba que el examen de la sección a la cual él pertenecía, sería el próximo sábado. Cuando me leyó el comunicado, me quedé atónita. Mi problema era doble: con la escuela y con su padre. Vacilé y le respondí: Está bien.

–        Mamá, yo no voy a presentar ese examen en sábado.

Lo pusimos en oración. La escuela tenía dos turnos y lo acompañé esa tarde. Cuando nos acercábamos al plantel, me recordó que debía hablar con la directora. Yo estaba asustada, pero no podía defraudar a mi niño. Fui y oraba mientras exponía el problema. La directora disgustada discutió mil cosas. Dios me iluminó y respondí:

-Estoy aquí, porque mi hijo me lo pidió. Fue él quien tomó la decisión de no venir a presentar su examen el sábado. Si un niño de tan corta edad, toma una decisión que él considera importante para su vida, cometemos un grave error si lo obligamos a quebrantarla, creo que estaremos formando hombres débiles, que podrán seguir rumbos equivocados.

Me despedí sin solución. Salí pensando en que mi niño, podía perder el año. Antes de pisar el umbral de la puerta, un mensajero me llamó para que volviera a la directora, llegué y me dijo: Señora, envíe a su hijo mañana viernes, para que tome su examen. De regreso a la casa, un canto de gratitud brotaba de mi corazón, mientras pensaba en que la fe de un niño mueve montañas.

Articulo publicado en Volumen III. Guarda el enlace permanente.

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