Fidelidad


Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida. Apocalipsis 2:10

          La fidelidad a Dios es uno de los puntos en la gran controversia final. La Biblia está llena de historias de personajes como Job, Abrahán, Rut, Daniel y Ester, que a pesar de los obstáculos avanzaron por fe. Ganaron batallas porque permitieron que Dios guiara sus vidas. El Padre Eterno obra más eficientemente por medio de los, que reconocen su insuficiencia y confían, que el poder divino fortalece a los débiles y da sabiduría a los ignorantes.

         En todas las épocas, el Padre Celestial siempre ha derramado sus bendiciones sobre los que honran su nombre. Tal fue el caso de Rut la moabita, una mujer que no pertenecía al pueblo de Israel. Había quedado viuda y su suegra también viuda, le pidió que volviera a su familia. Rut decidió unir su suerte con los adoradores a Dios, jamás imaginó que ese acto la llevaría a ser la bisabuela del rey David y pertenecer a la genealogía del Salvador.

         La vida de Daniel se ubica en el siglo VI antes de Cristo. En plena adolescencia fue llevado cautivo a Babilonia, el imperio de mayor esplendor que había entonces sobre la tierra. Aunque estuvo rodeado de tentaciones y pecados, la decisión de “no contaminarse con la comida del rey”, revela su carácter. Dios premió tanto su fidelidad, que llegó a ser el principal consejero del rey de Babilonia, después también lo fue de los primeros reyes Medo Persas, cuando dominaron a los babilonios. La experiencia de Daniel como estadista en ambos imperios, confirma las diferencias ramas del conocimiento humano, Dios instruye y derrama sus bendiciones sobre los que honran su nombre.

           Cuando Darío el Medo tomó posesión de Babilonia, nombró tres ministros y Daniel era el principal. Dividió el reino en 120 provincias. Sus gobernadores debían rendir cuenta a los tres ministros. Los gobernadores y los otros dos ministros se llenaron de envidia. Daniel era judío y querían deshacerse de él, no encontraban de qué acusarlo. Bajo la exaltación al rey, elaboraron la trampa que lo condenaría. Leamos: “toda persona que tenga una petición a cualquier dios u hombre por treinta días, fuera de ti, oh rey, sea echado en el foso de los leones”. Aunque Daniel supo que el edicto había sido firmado, estaba seguro que Dios era la fuente del poder, siguió con su costumbre: entró en su casa, abrió las ventanas y oró arrodillado. Ese mismo día, los conspiradores lo vieron orando y acudieron al Rey para que cumpliera la ley. Daniel fue echado en el foso de los leones a la edad de 84 años.

            El Rey se arrepintió de haber firmado ese decreto. No pudo salvar a su apreciado primer ministro y pasó la noche triste, sin dormir. Se levantó bien temprano, se dirigió a la entrada del foso de los leones y lo llamó. El respondió: “Mi Dios envió su ángel el cual cerró la boca de los leones”. Los que tramaron esa trampa terminaron comidos por los leones que suponían, acabarían con Daniel. Dios lo salvó, fue un testimonio que brilló en ese mundo pagano. Daniel 6:26 y 28, concluye, con el siguiente decreto del rey: “En todo el dominio de mi reino, todos teman y tiemblen ante la presencia del Dios de Daniel, porque él es el Dios viviente y permanece por todos los siglos y su reino no será jamás destruido… Daniel prosperó durante el reinado de Darío y durante el reinado de Ciro el persa”. Dios está listo para salvarnos y recompensar nuestra fidelidad, como lo hizo con Daniel.

Articulo publicado en Volumen V. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.