Episodios de fe


 Mi ayuda y libertador eres tú Dios mío, no te tardes. Salmo 40:17

        La paz inundará nuestro ser si depositamos, todas nuestras cuitas a los pies del Salvador. Son muchas las historias que escuchamos sobre la forma tan maravillosa, como agentes celestiales han resuelto muchos problemas y salvado vidas. La comunicación social es un don inseparable de los humanos. Nada es más placentero, que contar los episodios de nuestra vida, que ilustran las grandes cosas que el cielo nos ha dado, de modo que ayudemos a mantener la fe de los creyentes, y la esperanza llegue al corazón de todos los que sufren.

        Para infundir fe y optimismo en los sentimientos de un familiar, que estaba sumamente confundido y desanimado, le comenté sobre mi vida. Hice referencia a mi condición física, antes de mi operación de corazón abierto, cuando el mínimo esfuerzo me agotaba y después, los días que pasé en una silla de ruedas. En ese tiempo le pedí a mi Jesús, que si tenía que quedar recluida a una silla, me dejara los ojos, la mente y las manos, para con esos tres dones comenzar de nuevo a reconstruirme y alabarlo. Pensé en Salomón, cuando fue ungido rey de Israel, pidió en oración: “un corazón entendido para juzgar al pueblo y para discernir entre lo bueno y lo malo”, a Dios agradó tanto su pedido, que además de sabiduría y discernimiento para gobernar, le añadió riquezas, honores y largura de días. A mí también, Dios me concedió más bendiciones de las que yo he pedido. Doy gracias al Médico Divino, porque a pesar de los meses que necesité, mi recuperación fue tan completa, que pude ayudar a mis hijos en su formación espiritual, moral y educativa. Hoy son profesionales, continuó orando por ellos, no los quiero grandes según el mundo, sino victoriosos con Cristo.

         Después de 15 años de casada, me quedé sola, enferma y sin profesión. Con el fin de conseguir dinero para la educación de mis hijos, ingresé a la universidad. Es difícil comenzar de nuevo, cuando además de otros obstáculos se aproxima uno a los 40 años. Hacía todo lo que estaba a mi alcance y lo ponía a Dios en oración. Conseguí trabajo en educación. En una ocasión, uno de mis hijos tuvo un trágico accidente y tuve que ausentarme del país por tres semanas. Era demasiado para una asignatura como lingüística. Cuando regresé hablé con el profesor. Me permitió presentar el examen final. Lo interesante fue que el día del examen, pasaba por mi mente cada cosa que había estudiado esos días. Saqué una alta nota, no porque yo sabía más que mis compañeros, sino porque Dios premió mi fe y mi esfuerzo.

         Años más tarde había planeado visitar a uno de mis hijos. El viaje era corto y llegué al aeropuerto temprano. ¡Cuál no sería mi sorpresa, cuando me enteré que la compañía había quebrado! Traté de conseguir otro pasaje, pero no fue posible. Confundida, me comuniqué con mi hijo, le informé lo sucedido y le dije que dejaba esa visita para otra oportunidad. Había orado y no comprendía por qué no podía viajar. Dos días más tarde recibí la respuesta: en la mañana, entré al baño y quedé atónita, una inmensa bolsa de agua, colgaba en uno de los rincones, estaba a punto de explotar. No quiero ni pensar en lo que hubiera pasado al apartamento, si yo hubiese viajado. Una vez más alabé al Creador, porque así como tiene contados nuestras vidas, se ocupa de los detalles que puedan perturbar nuestra tranquilidad. ¡Cuán grande es el amor de nuestro Padre Celestial!

 

Articulo publicado en Volumen V. Guarda el enlace permanente.

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