En el camino de Emaús


Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy. Lucas 24:38.
 

          Al amanecer del primer día de la semana, unas mujeres llegaron al sepulcro con el fin de ungir el cuerpo de Jesús. Pero la tumba estaba vacía y el resplandor de ángeles inundaba el lugar. Ellas se asustaron, un ángel les dijo: “No temáis, sé que buscáis a Jesús. No está aquí porque ha resucitado”. Las mujeres salieron  corriendo y lo contaron a sus discípulos. En la tarde del mismo día, dos discípulos iban para la aldea de Emaús, hablaban de la muerte de Jesús con gran tristeza. Mientras caminaban se les acercó Jesús, se unió a sus conversaciones y les preguntó: -“¿Qué pláticas son estas… y porqué estáis tristes?” Uno de ellos respondió:

           -“¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no ha sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días?”

          Jesús preguntó: -“¿Qué cosas?”. Hablaron de la crucifixión y la forma, cómo los sacerdotes y gobernantes condenaron a su Maestro. Estaban desencantados, porque no habían entendido la misión de Jesús, pensaban que libraría a Israel del Imperio Romano. Supieron que unas mujeres habían ido al sepulcro, lo encontraron vacío y ángeles les dijeron que vivía. Otros discípulos también fueron al sepulcro, y lo encontraron igual.

          Jesús respondió: “¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!”. Añadió: “ustedes ignoran todo lo que las Sagradas Escrituras dicen del padecimiento que Cristo sufriría”.

            En la tarde, al pasar por su casa insistieron que entrara. Estaban sentados en la mesa, cuando Jesús “tomó el pan y lo bendijo, lo partió y les dio”, en ese momento lo reconocieron, pero misteriosamente desapareció. Asombrados volvieron a Jerusalén. Llegaron al lugar donde estaban los discípulos con otras personas. Mientras cada uno contaba las cosas que había visto, “Jesús se puso en medio de ellos y les dijo: Paz a vosotros”. Atemorizados pensaban que era su espíritu. Entonces, Jesús les dijo:

         -“¿Por qué estáis turbados y vienen a vuestro corazón esos pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad y ved”.

           A pesar de que estaban maravillados, la dudaba existía. Con el fin de calmarlos, Jesús les pidió algo que comer, para recordarles sus mensajes y dijo: “Estas son las palabras que os hablé, estando con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos… fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. Y vosotros sois testigos de estas cosas”.  Esta es una síntesis de la misión y el mensaje de Cristo. Después de citar y explicar las profecías bíblicas, Jesús los sacó de Betania y los bendijo mientras era llevado al cielo. Eso cambió la vida de los discípulos y volvieron a Jerusalén gozosos.   (Basado en Lucas 24)

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