El Príncipe del ejército de Jehová

El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente. Salmo 91:1.

           Durante la peregrinación de los israelitas por el desierto, tuvieron la siguiente señal de la presencia de Dios. Según Números 9:16, “continuamente: la nube los cubría de día, y de noche la apariencia de fuego”. Esa fue la forma más notable, que tuvieron de la invisible presencia celestial. Los israelitas “no recordaban que el ángel del pacto era su jefe invisible”, en “la columna de nube” estaba “la presencia de Cristo que iba delante de ellos” (Historia de los Patriarcas y Profetas p. 418), los protegía y cobijaba durante el día, y en la noche tenían la luz necesaria.

           Moisés fue educado “en toda la sabiduría de los egipcios y era poderoso en sus palabras y obras” Hechos 7:22. Estuvo 28 años en el palacio real, donde recibió la más alta formación civil, militar y religiosa, que lo capacitaron para ser el sucesor del Rey. Por fe “rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón. Escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado… Por fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al Invisible” Hebreos 11:24-27. Esto indica que su vida cambió: del palacio pasó al desierto, de príncipe a pastor de ovejas y de multitud a la soledad, donde siguió los caminos de Dios

            Por un problema, Moisés salió de Egipto y se refugió en el desierto de Madián, donde permaneció cuidando las ovejas de su suegro por 40 años. Allí, aprendió lecciones de fe y humildad, que lo capacitaron para su gran misión. Por la orden celestial que recibió mientras cuidaba las ovejas: “llegó hasta el monte de Horeb, monte de Dios. Y se le apareció el Ángel de Jehová en una llama de fuego”, como la zarza ardía y no se consumía, se acercó y la instrucción que recibió fue: “No te acerques, quita tu calzado de sus pies, porque el lugar donde tú estás, tierra santa es”  Éxodo 3: 1-5. Esto indica que fue Cristo, quien apareció y ayudó a Moisés en su misión

      Unos catorce siglos antes de Cristo, los israelitas estaban por conquistar a Canaán. El primer paso era Jericó, la ciudad más grande y rica de esa época, que además tenía la fortaleza de dos murallas. En sus lujosos palacios y templos, el culto público a Baal, era un vicio que se concentraba en los ritos más viles y degradantes de su religión. Un día, Josué el distinguido jefe de los hebreos, que sucedió a Moisés, salió a pedir la dirección divina y vio a un varón vestido como un guerrero. La respuesta a su pregunta fue: he llegado “como  Príncipe del ejército de Jehová”. Entonces “Josué, postrándose sobre su rostro en la tierra, le adoró”, el Príncipe le dijo “Quita el calzado de tus pies, porque el lugar donde estás es santo. Y Josué lo hizo” Josué 5:14-15. En la historia de los Patriarcas y Profetas p. 522, dice que ese personaje: “era Cristo, el Sublime quien estaba delante del jefe de Israel”. La forma tan parecida como se presentó, primero a Moisés y después a Josué es muy significativa, nos ayuda a comprender la gran misión, que siempre ha realizado y realiza Cristo, para beneficio de todos los que arrepentidos lo sigan.

        Si oramos, leemos la Biblia y confiamos plenamente en Dios, seres celestiales siempre nos auxiliarán, en el momento cuando afrontemos problemas difíciles.

Articulo publicado en Volumen XI. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.