El evangelio en Francia

  No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová. Zacarías 4:6.

          El siglo XVI, El rey Francisco I había estimulado el cultivo de las letras y toleraba la Reforma. Por unos carteles que alguien fijó en contra de la misa, todo cambió. Decretó que los protestantes fueran exterminados y abolió la imprenta, que editaba Las Sagradas Escrituras. El clero exigió que en ceremonia pública formalizara la sentencia. El 21-01-1535, realizaron esa espantosa tarea. París estaba llena de visitantes. Al amanecer una larga procesión salió del palacio. Iban de dos en dos, con cruces y teas encendidas, seguían los frailes luciendo sus vestidos y una colección de reliquias, el obispo llevaba la ostia, continuaban los príncipes y el Rey con la cabeza descubierta, como una penitencia por el pecado de sus súbditos. La marcha la cerraban la reina y otros dignatarios con teas encendidas. Se detenían frente a los sitios del tormento.

         El Rey muy triste pronunció un discurso, dijo que si sabía que alguien pertenecía a “esa asquerosa podredumbre”, aunque fuera su hijo lo sacrificaría. Todos llorando juraron exterminar a la herejía y decían: “Viviremos y moriremos en la religión católica”. Creían que servían a Dios si perseguían y mataban a su pueblo. Estaban satisfechos y esperaban acabar con todos los protestantes. Ese rechazo trajo sus consecuencias: en el mismo lugar fue insertada “la diosa razón”. Otra procesión, también organizada se formó exactamente 258 años después, el 21-01-1793, cuando el rey Luis XVI fue llevado a la guillotina. Cerca del mismo lugar ejecutaron a 2.800 personas. Rechazaron la luz y sembraron anarquía y ruina, que tuvo su efecto durante la Revolución Francesa.

            El francés Farel se refugió en Suiza. Quería que el evangelio llegara a su país y comenzó a predicar en plazas públicas y sitios fronterizos. Los sacerdotes incitaban a los campesinos en su contra. Más de una vez lo golpearon y lo dejaron medio muerto. Continuó con su propósito y logró que muchos aceptaran el Evangelio. En Ginebra, los sacerdotes le permitieron predicar dos sermones, además lo citaron a un consejo, como querían asesinarlo, llevaban armas bajo su sotana. Una furiosa turba lo esperaba, con espadas y palos por si escapaba vivo. Dios por medio de fuerzas armadas lo salvaron. El día siguiente, temprano, lo llevaron a la ribera de un  río y lo dejaron fuera del peligro.

           Desde los comienzos de la Reforma, fue creada la orden Jesuitas. Su fanatismo estaba unido a un voto de consagración: esperaban conseguir “la destrucción del protestantismo y el restablecimiento de la supremacía papal”. Fundaron colegios para  príncipes, nobles, el pueblo y hasta recibían a los hijos de los protestantes, si seguían sus ritos. La pompa imperaba en sus cultos. Se difundieron rápidamente por toda Europa. Para que tuvieran más poder, Roma estableció la inquisición. Miles de nobles y eruditos fueron asesinados o tuvieron que huir a otras tierras. Privaron a los hombres de la Biblia, para que volvieran a las supersticiones de la Edad Media. Los protestantes no fueron vencidos. El país más pequeño, rodeado de poderosos enemigos que maquinaban su destrucción fue Ginebra, donde el francés Juan Calvino estuvo casi 30 años. Aunque no fue un caudillo libre de errores, su vida y sus enseñanzas ayudaron a instituir iglesias. Ginebra se convirtió en una bendición, miles de fugitivos llegaban buscando refugio. Después regresaban a sus tierras. Entre ellos: Juan Knox de Escocia, los protestantes de Holanda y España, los puritanos de Inglaterra y los hugonotes de Francia. (Base: El Conflicto de los Siglos pp. 241-251)

Articulo publicado en Volumen VIII. Guarda el enlace permanente.

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