El Espiritu Santo

Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes, juntos. Hechos 2:1.

            El Pentecostés era una festividad que anualmente celebraban los Israelitas. Correspondía al segundo día de la fiesta de la pascua, la cual fue instituida la última noche que estuvieron en Egipto, antes de salir para la tierra prometida. Por instrucción divina, esa noche cada familia sacrificó un cordero primogénito, símbolo de Cristo, “el cordero de Dios”, esa ceremonia la continuaron celebrando hasta la muerte de Jesús. En Jerusalén el santuario pasó a ser el punto central del magnífico templo, donde diariamente realizaban los mismos ritos y anualmente el Pentecostés.

          En esa ceremonia, el día de Pentecostés, el Espíritu Santo o Consolador llegó como señal de lo que Jesús había predicho, sobre la obra que realizaría después que ascendiera al cielo. Leamos Juan 16:7-13 “Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuere el Consolador no vendría a vosotros… cuando él venga… él os guiará a toda verdad… y os hará saber las cosas que habrán de venir”. Todo se cumplió. Según Hechos 2, mientras los discípulos estaban reunidos en la asamblea: “de repente vino del cielo… un viento recio… fueron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas según el Espíritu les daba que hablasen… se juntó la multitud y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua” y decían: “¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la cual hemos nacido?”. Ese derramamiento del Espíritu Santo fue profetizado por el profeta Joel 2:28: “Derramaré mi Espíritu… y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños y vuestros jóvenes verán visiones”. Según algunos, Joel es el más antiguo de los doce profetas menores del Antiguo Testamento.

          El don de lenguas significa, que mientras los apóstoles predicaban, todos los oían en su propio idioma. El propósito era que el mensaje de salvación se predicara, primero a los judíos y después a los gentiles. Como los judíos llegaban de distintas naciones hablaban otros idiomas. Mientras estaban reunidos en Jerusalén, para celebrar la fiesta del Pentecostés, que hacían anualmente, el Espíritu Santo los capacitó, para que predicaran el evangelio a todos y los entendieran, como si hablasen su propia lengua.

        Es significativo saber que el Espíritu Santo fue notable al comienzo del cristianismo y continúa. El don de lenguas no es para hablar con Dios, es una concesión celestial, para llevar el mensaje de salvación a todos los países. Hay iglesias que creen que al ser bautizados reciben el don de lengua. Esa afirmación no tiene base bíblica. En sus cultos los feligreses hablan al mismo tiempo con extravagancias emocionales. No se debe seguir caminos equivocados. Leí la historia de un misionero noruego, que trabajaba en Nigeria. Un día, con un chofer tuvieron que detenerse, porque habían autos parados y soldados armados, cuando se dieron cuenta que el chofer era de la tribu opuesta, ordenaron que saliera y lo llevaron al lugar donde lo matarían. El misionero mientras hablaba, oraba en silencio. Minutos después, los soldados dijeron al chofer: “te vamos a dejar ir por lo bien que habla tu patrón”. Ese es un ejemplo del don de lenguas: ese misionero no se dio cuenta de lo que habló a los soldados, y no hablaba la lengua de ellos.

Articulo publicado en Volumen XIV. Guarda el enlace permanente.

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