Eclesiastés

Vanidad de vanidades, todo es vanidad. Eclesiastés 1:2.

           El rey Salomón escribió el libro de Eclesiastés, durante su vejez tal vez el año 977 antes de Cristo. Es el más citado de los libros de la Biblia, sus proverbios, reflexiones y dichos son usados por muchos, como parte de la sabiduría popular y religión, aunque desconozcan su procedencia. Salomón  abarcó varias ramas del conocimiento: fue poeta, filósofo y moralista. Según 1ª. Reyes 4:32 “compuso tres mil  proverbios y sus cantares fueron mil cinco”. A eso se suman, sus referencias a la naturaleza.

           Como “para oír la sabiduría de Salomón, iban de todos los pueblos y los reyes de la tierra”, a Jerusalén, según 1ª. Reyes 11:3 “tuvo 700 mujeres reinas y 300 concubinas”. Con sus esposas extranjeras, se entregó a los placeres y cometió pecados. Este libro es un resumen de su experiencia y arrepentimiento, además señala la importancia de temer y obedecer a Dios. Es un ejemplo, para que no caigamos en el pecado.

           Leamos parte del capítulo 1:4-5: “Generación va, y generación viene; mas la tierra siempre permanece. Sale el sol, se pone el sol y se apresura”. Esta es la condición de la vida humana: todos nacemos y morimos.  El capítulo 2:26, señala que alcanzó lo que se propuso y termina: “Dios le da sabiduría, ciencia y gozo” a los que lo siguen. El pecador recibe lo opuesto, aunque trabaje en exceso. Los caminos de Dios son misteriosos, todo lo que hacen los humanos: “lo bueno y lo malo”, cada uno cosecha lo que sembró.

            En el Capítulo 3:1-20, leemos: “Todo tiene su tiempo… lo que sucede a los hijos de los hombres, y lo que sucede a las bestias un mismo caso es: como mueren los unos así mueren los otros… todo es hecho del polvo, y todo volverá al mismo polvo”. Esto compagina con la creación, según Génesis 2:7, después de las plantas y toda clase de animales, el “hombre que fue creado del polvo de la tierra”.

           El capítulo 9:5-10, describe la condición de los muertos: “Los que viven saben que han de morir, más los muertos nada saben… su amor, su odio y su envidia fenecieron ya y nunca más tendrán parte en todo lo que se hace debajo del sol… Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazla según tus fuerzas, porque en el sepulcro, a donde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia ni sabiduría”. Los muertos no están en el cielo ni en el infierno: están dormidos. Debemos vivir sin afanes, hacer todo lo que esté a nuestro alcance para ayudar con amor a los necesitados. Los santos y algunos pecadores cuando Cristo venga, despertarán de su sueño, como si hubiesen dormido poco. Los justos recibirán la corona de la vida eterna, y los pecadores serán condenados.

           El capítulo 12:1-13-14, sintetiza su mensaje: “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos”, termina amonestando: “Teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio… sea buena o mala”. Aunque este libro ha tenido críticas, presenta el desprendimiento que debemos tener de riquezas, orgullo y vanidad. Pone a prueba los humanos, los llaman buenos y los remite a Dios, la fuente de vida.

Articulo publicado en Volumen XIII. Guarda el enlace permanente.

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