Dios no impone su voluntad

Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. Apocalipsis 3:20.

            En el cielo, Dios ha podido imponer su voluntad y destruir a Lucifer, cuando se rebeló y trató de ocupar el puesto de su Creador, igual pudo hacer con Adán y Eva, pero no fue así. Lo que se impuso fue el reino del amor, comprobado con la muerte ignominiosa que sufrió Jesús, su objetivo fue y es salvar al pecador que se arrepienta. Igual que en el cielo, la rebelión siempre ha existido y tiene el mismo fin. Leí recientemente, sobre las confesiones de un famoso médico y asesino de Gran Bretaña, creía tener “un poder como el de Dios sobre la vida y la muerte”. Dictadores, terroristas, guerrilleros y asesinos, como creen que sólo ellos tienen la razón, con el fin de imponer sus ideas, cometen los más horrendos crímenes.

         Aunque fuimos creados a “su imagen y semejanza”, Dios con amor, llama a la puerta de nuestro corazón, para que se le permita entrar. El amor no se impone. La tendencia de muchos, no es seguir el ejemplo de Cristo, el modelo perfecto, sino el del enemigo. Imponer la voluntad en una u otra forma, es uno de los motivos que causa mayores problemas en el mundo. Si una persona cree tener la razón y además se llena de orgullo, no oye ni entiende a nadie. Lo triste es que esto se ve en todas partes, especialmente en la política, en el comercio, la sociedad y en la vida conyugal. Según las encuestas, son pocos los hogares donde reina la armonía. Si el egoísmo impera, el fracaso es completo. Todo el que se deja dominar por sentimientos negativos, trae amargura y dolor a su cónyuge, a sus hijos y a sí mismo, en lugar de paz y felicidad.

          Tuve una vecina elegante. Le tengo lástima, porque he presenciado algunos de sus fracasos. Ella conoció a un médico, que acababa de sacar un postgrado en una universidad de Estados Unidos, consiguió trabajo en uno de los hospitales importantes de Florida. Estaba recién llegado de Suramérica, era jovial y se veía que intentaba relacionarse con todos. Así fue como se acercó a mi vecina. Aunque ella es unos años mayor que él, pensó que era el hombre perfecto. Según su concepción, debía controlarlo para evitar que otra dama se le acercara. Ese doctor aguantó pocos meses. Un día, tal vez desesperado, desapareció. Supe que volvió a su país.

         Cuando mis hijos estaban pequeños, como mi salud era precaria, siempre traté de llenarlos de las maravillas del amor de Dios, con la lectura de hermosas historias bíblicas. Aunque a su padre no le interesaban las cosas espirituales y tenía los sábados libres, muchas veces en la tarde nos llevaba a pasear. Un sábado en la tarde, pensé que era mejor que yo me quedara en una actividad que había en la iglesia y se lo pedí. Mi esposo detuvo el carro y mientras yo me bajaba, mi hijo mayor, que conocía el carácter violento de su padre, salió rápido del auto y dijo: Papá, yo también me quiero quedar.

         Mi niño tomó esa decisión antes de cumplir los seis años. El tiempo siguió adelante. A pesar de las dificultades y problemas que siempre existen, mi hijo decidió estudiar en instituciones cristianas. Dios lo ha bendecido grandemente: hace veinte y cuatro años fue ungido de pastor. Hoy es director del programa de capellanía de un Hospital Adventistas en Estados Unidos. Jamás obligué a mis hijos a estudiar en instituciones cristiana, pero si los incentivé a seguir los caminos del Salvador.

Articulo publicado en Volumen VI. Guarda el enlace permanente.

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