Crecimiento espiritual

Orar es el acto de abrir nuestro corazón a Dios como a un amigo. E. White

Actualmente llegan noticias de cada rincón de la tierra, cargadas de violencia, crímenes, secuestros, “guerras y rumores de guerra”, son muchos los problemas personales y familiares, que todos tenemos es conveniente desviar nuestra mirada de lo humano hacia lo divino, para que los pensamientos sean iluminados con la luz celestial. Lo que más nos ayuda es la oración, a veces silenciosa y la lectura de la Biblia, para que llevemos a nuestra mente promesas como la del Salmo 91: “caerán a tu lado mil y diez mil a tu diestra más a ti no llegarán”, en los momentos de peligro, ángeles nos fortalecerán.

Por motivos de salud, como en algunas ocasiones he tenido que estar en cama por varios días, me acostumbré a la oración silenciosa. En la casa o en un hospital, elevaba mis pensamientos a Dios. Después, escribía en una libretica mis peticiones al cielo. Ese es un ejercicio que he realizado por mucho tiempo, la más beneficiada he sido yo. Me acuesto cada noche orando y presento mis problemas, los de mi familia, amigos y del mundo a Jesús en oración mental. No alcanzo a decir “amen”, en la mañana me despierto llena de paz, como si la noche pasara rápidamente.

Los enemigos que a veces tenemos, aunque infunden temor, los alejo de mi mente y se los entrego a Jesús, que me ayudó a reeducar mi mente, pues no siento ira, odio, rencor, ni envidia contra nadie. De no ser así, por mi problema cardíaco congénito, que desde muy joven afectó todo mi cuerpo, hace mucho que las sombras me cubrirían.

Fui operada de corazón abierto el 13 de abril de 1967. Después, como mi organismo estaba muy debilitado, surgieron otros males que he podido superar. Por eso considero importante tener la mente siempre ocupada, con pensamientos positivos, para que no dejemos espacio a nuestros dolores y problemas. Como durante mi larga convalecencia, la mayor parte del tiempo debía estar en cama y casi todos los programas de televisión me afectaban, dedicaba esas horas a la lectura de ciertos libros, que me fortalecieran y al estudio de algunas materias como álgebra, inglés, historia y geografía. Esto despejó mi horizonte. Los años pasaron y mis tres pequeños hijos crecieron. Llegaron a la adolescencia y cuando necesitaron de mi ayuda económica, pude ingresar a la universidad. El segundo semestre conseguí trabajo en educación. Me dediqué a la enseñanza.

El amor por mis hijos pudo más que mis males. El tiempo que pasaba con ellos, eran momentos agradables, llenos de bellas historias sobre el amor de Cristo. Como humanos nos equivocamos, no sabemos qué es lo mejor, pero si confiamos y oramos, nos inundará la paz y Dios orientará nuestros pasos por el camino correcto.

Articulo publicado en Volumen III. Guarda el enlace permanente.

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