Engañosa es la gracia y vana la hermosura, mas la mujer que teme a Jehová será alabada. Proverbios 31:30.
Con mi esposo hemos tenido una cordial y muy íntima relación, donde los sentimientos y la amistad se complementan. Varias veces, además de manifestarme su amor, me ha dicho que me ve bonita, y pregunta ¿no será que realmente lo eres? Mis hermanas tuvieron fama de muy bellas y la mayoría de las mujeres, que se desenvuelven en mi medio, también lo son. Supongo que en la primavera de mi vida no fui fea, pero ahora en el ocaso, como paso de los setenta años, no creo que pueda decir lo mismo. Nunca me preocupé mucho por las modas, ni por adornar mi cuerpo. No sé cuando esas ideas raras comenzaron a llenar mi mente. Quizás antes de los 20 años, cuando asistí al primer banquete en el colegio Adventista en Colombia. Todas mis compañeras iban perifolladas con sombreros, bufandas y miles de adornos. No sé exactamente por qué, pero a pesar de que llevaba un nuevo vestido verde esmeralda, adornado con encajes color crema, que según me dijeron después lucía elegantemente sencilla, rehusé ponerme ninguno de los accesorios que mis compañeras pretendían. Aunque cause risa por lo absurdo, la que más llamó la atención entre los jóvenes del sexo opuesto fui yo. Recuerdo que en clase, uno de los profesores me felicitó por el gusto elegante de mi indumentaria en el banquete. Yo me sentí mal y me reía dentro de mí. Quizás lo que llamó la atención fue que yo iba diferente.
En una ocasión, mientras volaba de una ciudad a otra, noté que el caballero que estaba sentado a mi lado me miraba muy seguido y detenidamente, como a mí siempre me deleita contemplar el paisaje desde el avión, me acerqué más a la ventanilla. De pronto el caballero, me dirigió algunas palabras con el fin de iniciar un diálogo. Después, me pidió disculpas: estaba intrigado porque me veía distinta a todas las damas que él conocía. Era gerente de una compañía petrolera. Antes de tomar nuestros diferentes destinos, me dijo que le gustaría casarse con una mujer que luciera tan sencillamente natural como yo.
Si bien los primeros años de mi vida, siempre estuvieron marcados por la pobreza y los siguientes por la enfermedad y el dolor, me preocupé por conseguir las mejores prendas y adornos que pudieran embellecer mi alma. Pretendía que el hombre que se acercara a mí, era porque encontraba algo mejor que un cuerpo sensual o adornos que se desvanecen. No quiero parecer fanática ni extremista, pero me gustaría decirles a todas las mujeres, adolescentes, jóvenes y adultas que se preocupen por embellecer su espíritu, para que su rostro irradie una hermosura que sobrepase todo adorno exterior. Tengan la seguridad que si eso sucede, serán mujeres maravillosas y si glorifican a Dios, lo serán mucho más.