Yo Nabucodonosor, alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo. Daniel 4:37.
Babilonia, capital de la antigua Caldea, representa la cabeza de oro de la estatua de Daniel 2. Nabucodonosor la llevó a su esplendor, la convirtió en la ciudad más grande y rica de su época, con abundantes templos, santuarios y altares a diferentes dioses. El Rey venía de un ambiente idólatra, pero era justo y recto. Sus conquistas lo llevaron a ser el mayor gobernante de su época. Se ocupó tanto del embellecimiento de Babilonia, que la convirtió en uno de los prodigios del mundo, entre otras cosas están sus famosos jardines colgantes, considerado una de las siete maravillas del mundo antiguo. Sus éxitos lo llenaron de orgullo, perdió de vista el propósito y la misericordia de Dios.
Nabucodonosor en otro sueño vio un árbol gigantesco, que llegaba hasta el cielo y sus ramas se extendían por la tierra. Mientras lo contemplaba, un santo se acercó y a gran voz exclamó: “Cortad el árbol y destruidlo”. El Rey muy turbado llamó a los “magos, astrólogos y adivinos”, pero ninguno se lo interpretó. De nuevo llamó a Daniel y le dijo: “yo sé que el Espíritu del Dios santo mora en ti… Escucha el sueño que tuve, y dime que significa”. Cuando Daniel oyó el sueño se alarmó y “estuvo callado por un momento”. El Rey con simpatía le dijo: “ni el sueño ni su declaración te espanten”. Daniel consideraba un deber revelar al Rey el castigo, que tendría por su orgullo y comenzó: “El árbol que viste, que crecía y se hacía fuerte y su altura llegaba hasta el cielo… eres tú, oh Rey, que creciste, y te hiciste fuerte pues creció tu grandeza”. En cuanto a las palabras del santo: “cortad el árbol y destruidlo; pero dejad en la tierra la cepa y su raíz”, esto significa que tu reino te será quitado, pero volverá a tus manos. Daniel le dio recomendaciones y suplicó al orgulloso Nabucodonosor, que siguiera siempre buenos caminos.
Su corazón no se transformó: olvidó los consejos, la ambición continuó creciendo y se volvió intolerante. Usó los talentos que Dios le había dado para ensalzarse. Un año después, mientras caminaba en el palacio, pensando con orgullo en su poder y en sus éxitos, dijo: “¿No es ésta la gran Babilonia, que yo edifiqué con la fuerza de mi poder, para residencia real y para gloria de mi grandeza?” Hablaba jactanciosamente, cuando una voz del cielo le dijo: “el reino es traspasado de ti… y con las bestias del campo será tu morada… siete años pasarán sobre ti, hasta que conozcas que el Altísimo se enseñorea en el reino de los hombres”. En ese momento le fue quitada la razón, el gobernante más poderoso se volvió loco, pues había despreciado los mensajes de advertencia.
Despojado del poder fue al campo: “comía hierba como los bueyes, y su cuerpo se bañaba con el rocío del cielo”. Durante siete años estuvo humillado ante todo el mundo. Cuando le volvió la razón, con humildad reconoció la intervención divina. En un acto público declaró: “Yo Nabucodonosor alcé mis ojos al cielo; y mi sentido me fue vuelto, y al Altísimo y alabé y glorifiqué… mi reino con dignidad y grandeza volvieron a mí, y mis gobernantes y mis grandes me buscaron y fui restituido a mi reino, y mayor grandeza me fue añadida”. El orgulloso monarca se convirtió en un humilde hijo de Dios, su vida cambió. Había blasfemado contra Dios, pero reconoció su poder y se preocupó por el bien de sus súbditos. Aprendió lección, que ignoran casi todos los gobernantes del mundo. Añadió: “Ahora yo Nabucodonosor alabo engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque todas sus obras son verdad, y sus caminos justos, él puede humillar a los que andan con soberbia”. Esta proclamación pública, fue el último acto registrado en la Biblia. Esto indica que habían pasado años de los 43 que reinó. Es un testimonio que invade a los, que se alejan de Dios y se adueñan de su poder.