Hacía Dios milagros extraordinarios por mano de Pablo. Hechos 19:11.
Un milagro es un suceso que no tiene explicación en las ciencias, ni en las leyes de la naturaleza. Los treinta y cinco milagros que se registran en el Nuevo Testamento, son testimonios que fortalecen nuestra fe en el amor de Dios.
Entre la multitud de enfermos, que estaban junto al estanque de Betesda, esperando la oportunidad de ser sanados, había un paralítico con 38 años de enfermedad. Jesús compasivamente: “le preguntó: ¿Quieres ser sano?” La esperanza nació en su corazón, recordaba sus frustraciones y hablo de ellas. Era sábado y estaba en extrema miseria. Entonces “Jesús le dijo: Levántate toma tu lecho y anda” Juan 5:6 y 8. Eso nutrió su fe: se paró, recogió sus cosas y salió. Mientras caminaba con paso firme alabando a Dios, se encontró con unos fariseos, y les contó la forma tan maravillosa como fue sanado. Ellos se molestaron, porque según sus conceptos la Ley de Dios fue violada, porque ellos habían elaboraron “1521 leyes para resguardar y proteger el día sábado”, lo convirtieron en una pesada carga. Por milagros como ese, Jesús recibió ataques de los dirigentes judíos, no solamente decían que Jesús violaba el sábado, hasta lo perseguían y “procuraban matarle”. Cuán irónico es que el autor de la divina Ley, fuera acusado de quebrantarla, la habían recargaron con restricciones sin sentido. Cristo decía muchas veces, que ayudar a los enfermos y afligidos, armoniza con la Ley de Dios.
Un milagro reciente, lo recibió el primer hijo de una amiga. Cuando nació, la alegría y el encanto llenaron su hogar. Era despierto, inteligente, dinámico y tan listo que según su maestra se constituyó en el centro de atención de su clase. Pocos días antes de cumplir cinco años, terminó el pre-escolar. El optimismo invadía a la familia, estaban felices por la forma como había finalizado, la primera etapa de sus estudios.
A partir de esas vacaciones, las cosas cambiaron: la alegría se cambió en dolor y llanto. El niño comenzó a sentirse mal. Lo llevaron varias veces al médico, pero no encontraba nada anormal. Una tarde, sus padres lo sintieron tan débil, que lo llevaron al hospital. Estaba deshidratado y le pusieron suero. Volvió a la casa. La mañana siguiente, despertó con un fuerte dolor de cabeza. Nuevamente lo llevaron al médico y le hicieron los exámenes pertinentes. ¡Qué horror, tenía un tumor en el cerebro! Fue remitido a un neurólogo. Las nuevas pruebas revelaron que el tumor era canceroso, se había extendido y debía ser operado urgentemente. Los médicos no sabían si resistía. Aunque el impacto emocional fue doloroso, los acercó más a Cristo, la única esperanza que les quedaba. Hablaron con el pastor y pidieron las oraciones de la iglesia adventista.
Resistió la operación. Estuvo en cuidados intensivos un mes y tres en el hospital. Había comenzado su terapia y oía, pero no hablaba y su cuerpo se movía poco. Un día, miembros de la iglesia fueron a visitarlo, y le pidieron que juntara sus manos para orar. Se emocionaron cuando se unió al grupo en el AMEN. Los que padecen de ese mal, deben aprender a hablar como niños, el milagro se dio y comenzó a dialogar. La sorpresa continúa. No está muy bien, pero asiste a la escuela y lleva una vida casi normal. El amor de Dios es inmenso, y sus milagros los recibimos si oramos con fe.