Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer. Gálatas 4:4.
Es maravilloso constatar que los 39 libros del Antiguo Testamento, con más de treinta autores, cuyas vidas se ubican en más de un milenio, está escrito en función de las profecías del nacimiento, vida y muerte del Mesías, registrada por primera vez en Génesis 3:15 y confirmada en textos posteriores. El pueblo de Israel se apartó muchas veces de Dios, por su desobediencia, el año 605 antes de Cristo, el rey de Babilonia invadió a Jerusalén. Como sus reyes no buscaban a Dios y eran rebeldes, fueron atacados dos veces más, al final la ciudad y el templo fueron destruidos. Según la profecía de Isaías, el cautiverio duraría setenta años. Aunque el Imperio Babilónico fue dominado por los Medo-Persas el año 538, cuando el reloj profético marcó la hora, a pesar de ciertas dificultades, Ciro el rey persa, firmó el primer decreto para la reconstrucción de Jerusalén y reedificación del templo, de modo que estuviera preparado el escenario, donde Jesús realizaría su ministerio.
La vida religiosa de los israelitas estaba pletórica de símbolos. Como cuando un profesor enseña una clase difícil y la ilustra de diferentes maneras, para que sus alumnos la comprendan. Jesús se proponía que cuando el pecador arrepentido, con su propia mano degollara al cordero, entendiera que “la paga del pecado es la muerte”, el que en ese momento ocupaba su lugar, era un símbolo del “Cordero de Dios” que sería inmolado por los pecados del mundo. Eso debía ser comprendido, Satanás se había encargado de hacer creer que Dios es injusto, en el Calvario fue derrotado y desenmascarado ante el universo. Si el enemigo logró engañar a la tercera parte de los ángeles, ¿por qué no lo puede hacer por los humanos? La única manera de alcanzar la salvación es aceptar el precio, que Cristo pagó para seguirlo fielmente.
El tabernáculo fue construido mientras los israelitas estaban en el desierto. El santuario pasó a ser el punto central del templo, que edificó el rey Salomón en Jerusalén. Era el lugar donde cada día realizaban el rito, símbolo de la muerte de Cristo. A Moisés le fue mostrado el Santuario celestial, para que el terrenal fuera hecho de acuerdo a ese modelo. Esa es la razón por la cual ninguna de las naciones vecinas, a pesar de que tenían muchos ritos inclusive con sacrificios humanos, no tuvieron un lugar de tanta trascendencia y esplendor.
Cristo murió a la hora cuando en el templo, oficiaban el sacrificio vespertino: a las 3 p.m. En ese momento, el sumo sacerdote levantó el cuchillo para matar al cordero, y Cristo espiró. Entonces: hubo un gran terremoto, el sol se oscureció, “el velo del templo se rasgó”, el cuchillo cayó de las manos del sacerdote y el cordero escapó. Según Mateo 27:52-53: “Se abrieron los sepulcros de muchos santos… después que Jesús resucitó. Salidos de los sepulcros fueron a la ciudad santa”. El gran sacrificio de Jesús había sido cumplido, ese rito ya no era necesario.
El santuario del Templo, que construyó el rey Salomón era un símbolo del que hay en el cielo, donde de acuerdo con las profecías de Daniel y Apocalipsis, están siendo juzgados todos los humanos. Cristo interviene para perdonarnos, si arrepentidos acudimos a él. El juicio comenzó con los muertos, cuando termine será el de los vivos. Debemos prepararnos porque muchos no verán la muerte, sino que junto con los santos que resuciten, serán transformados “para recibir al Señor en el aire” (1ª. Tes. 4:17).