El mismo Jesucristo… nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza. 2ª. Tesalonicenses 2:16.
La mayor parte de mi vida he estado sola. Tal vez, eso me permitió desarrollar una confianza en Jesús, que va más allá de lo que yo misma comprendo. Mis males comenzaron cuando yo tenía ocho meses de nacida, y mi madre se enfermó con viruela. Para evitar el contagio, mis abuelos se hicieron cargo de mí, pero yo llevaba el virus y contraje el mal. Mis abuelos se encariñaron tanto conmigo, que la llegada de mis padres inundó la casa de tristeza. Por mi condición enfermiza y como mi madre esperaba un nuevo bebé, me dejaron con mis abuelos. Cuando cumplí los diez años, como debía ir a la escuela retorné al hogar de mis padres. El golpe más duro lo recibí un año después, cuando mi abuelo fue asesinado, y mis tíos muy tristes abandonaron la región. Un año después mi abuela murió de tristeza, y con ella mis ilusiones.
Estoy convencida que Dios siempre ha puesto en mí camino a las personas, que en el preciso momento me han orientado. Muchos me criticaban, pensaban que no comía carne para mantenerme delgada. Como mi piel era muy pálida decían que yo estaba anémica. Un día, del año 1961, me sentía tan mal, que alcancé a llegar a la puerta de la casa, pasó una vecina amiga y con otro, me llevaron por primera vez al cardiólogo. Me hicieron los exámenes y hallaron que no estaba anémica, el problema era del corazón.
Veintiún años después de la operación del corazón, tuve que ser operada del hígado. Cinco años después me hallaba tan delicada, que casi no podía caminar. Me hicieron los exámenes y encontraron que había perdido la tercera parte de la masa ósea. Seguí el tratamiento médico y casi me recuperé. Considero que Dios me ha orientado en cada ciclo de mi vida, tan maravillosamente que no hago más que darle gracias, por sus grandes bendiciones. Actualmente, mi salud es como la de cualquier persona. Sin ser extremista, procuro ajustarme al plan divino: disfruto comiendo frutas, vegetales, lentejas, garbanzos, almendras, maní, linaza, soya y alimentos sencillos.
Una de las cosas que me repetían los médicos del Hospital Universitario de Caracas, después de mi operación del corazón el 13-4-67, que yo iba a tener problemas mentales, porque la anestesia había pasado del tiempo requerido. Esas palabras penetraron tanto en mí, que desde esos días, comencé a tener la mente siempre ocupada. Aprovechaba cada minuto para memorizar textos bíblicos y poemas, estudiaba matemática, historia, geografía y gramática, cosas que me prepararon para ayudar a mis hijos. Cuando ellos decidieron estudiar en instituciones cristianas, fui a la zona educativa y en un año presenté los exámenes de bachillerato, ingresé a la universidad y enseguida conseguí trabajo de profesora y los ayudé. Gracias a Dios, hoy son profesionales cristianos: el primero es pastor, el segundo es profesor y la hija enfermera.
Casi siempre he estado enferma, lo que me orientó a confiar en Jesús fue el deseo de ayudar a mis tres pequeños hijos, para que estudiaran en instituciones cristianas y siguiera al Salvador. Mi problema mental no ha desaparecido, si no tengo la mente ocupada todo se me olvida. Considero que es otro de los milagro que recibo, porque cada vez que escribo como un testimonio de lo que Jesús ha hecho por mí, mejoro.