Jehová da la sabiduría y de su boca viene el conocimiento y la inteligencia. Proverbios 2:6
La primera vez que alguien me dijo que lo que le agradaba de mi segundo hijo era su sencillez y su mirada de niño, recordé a mi esposo, que en varias ocasiones me ha dicho que “la diferencia entre un poeta y un niño, es que el niño crece y el poeta no”. Mi hijo no es poeta, ni profesionalmente está relacionado con las letras. Sobre la sencillez de la vida, Elena de White escribió: “tienen para abrir las puertas de los corazones, que por largo tiempo han estado cerradas al amor de Cristo”. No sé hasta que punto, este rasgo ha contribuido a que en varias ocasiones haya sido elegido “el profesor del año”, y en su trabajo, los alumnos hayan votado a favor de él, colocándolo entre los mejores.
Este nuevo reconocimiento, me llevó a pensar en su profesor y consejero en el doctorado, quien falleció hace pocos años. El siguiente fragmento pertenece a la carta de condolencia, que mi hijo envió a la viuda: “El fue como un ángel que Dios envió, para que me ayudara en algo que parecía imposible. Fue mi amigo y una inspiración. Pido a Dios que me use a mí, como usó al profesor Steel para transformar muchas vidas”. Estas palabras son una especie de oración. Encierran valor moral y espiritual, sin ego que alimentar, más bien expresan el deseo de prestar un servicio útil.
He estado recordando ciertos aspectos de su vida, especialmente cuando estuvo enfermo con hepatitis, sus síntomas no eran claros, hasta que estaba en un estado delicado y debía guardar reposo absoluto. Por su edad entre los 6 y 7 años, era difícil mantenerlo en cama. Para entretenerlo comencé a leerle la Biblia y libros de biografías de científicos, tal vez allí radica su interés por las ciencias. A veces me quedaba callada, pensando que mi niño no entendía, pero él insistía que continuara. Otra cosa que hice fue recitarle los poemas que había memorizado. No sólo aprendió cada uno de los que yo sabía, sino que a medida que crecía, iba memorizando más.
La enfermedad lo convirtió en el declamador de la familia. Casi siempre, cuando participaba en alguna actividad religiosa o cultural, recitaba algunos de sus poemas favoritos. Ya adulto en Norte América, no ha vuelto a declamar, sin embargo, lo oí comentar que tal vez, esa fase de su vida, le permitió desarrollar su cualidad de profesor. Hace unos días, encontré varias de esos poemas: “Jesús y el mendigo”, “Una lección de servicio”, “Lo que tengo te ofrezco mi Dios” y otros escritos a mano, los guardo, como parte del recuerdo de la niñez de mi hijo lleno de ilusiones.