Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno. Salmo 23:4.
Después del ataque a las torres gemelas en Nueva York el 11-09-2001, donde murieron casi tres mil personas, una inmensa tristeza, seguida de confusión invadía a muchos. Yo había comprado el pasaje para ir donde mi hijo vivía. Reinaba el miedo y nadie quería viajar. Una semana después, escribí la siguiente carta a mi esposo:
Sep. 18. El viaje fue lleno de bendiciones. Todos los días llovía, la tormenta con sus fuertes vientos estaba pasando. El domingo en la tarde comenzó a despejarse el horizonte, el lunes fue un día soleado, su suave brisa impregnaba el ambiente de una agradable sensación de frescura. En el aeropuerto, mientras esperaba el momento para abordar el avión, recordé que alguien me preguntó si no tenía miedo. Pensé ¿Por qué habría de tener miedo, Amado Jesús? Si tú me libraste cuando en el quirófano, tres veces pisé el umbral del valle de las sombras, tú abriste el Mar Rojo, resucitaste a Lázaro y haz hecho tantas maravillas. ¿Cómo podía desconfiar hoy de tu amor y cuidado? En silencio, oraba: Señor, no quiero precipitar el fin de mis días con angustias, por lo que me pueda suceder en un futuro cercano o lejano, quiero tomar el avión y acostarme cada noche con la certeza, que llegaré a mi destino y me despertaré cada mañana, porque tú estás conmigo y cuando haya terminado mi misión en este mundo, deseo dormir al sueño de los justos. Amado Jesús, quiero morir el día que tú dispongas, no antes. Señor, aumenta mi fe. AMEN. En el aeropuerto de Orlando, todas las instalaciones estaban casi vacías. Hasta por sus poros la gente destilaba tristeza. El aeropuerto de Atlanta estaba en igual condición. Me hubiera gustado hablar con alguien de la aerolínea, para decirle que me sentía feliz de viajar con ellos, como una forma de estimular a la gente a seguir adelante, a pesar del dolor que los embargaba. Estoy orando por ti y por toda nuestra familia. Si Jesús lo permite, dentro de un mes me despertaré a tu lado, Zoila
Mi esposo me contestó. Sep. 19. “Zoila… Esta es la carta más alentadora y vital que he recibido de ti. Es una hermosa manera de sentir ese soleado día, cuando viajaste a Atlanta, después de la tragedia a visitar de nuevo a tu hijo. Ojalá yo tuviera esa fortaleza cristiana, que tú posees porque así te ha enseñado la vida. De todas maneras es un buen comienzo, para aprender de ti la manera como confías en el Señor. La copiaré y se la enseñaré a todos los que me preguntan por ti. Yo estoy tratando de entenderme desde la verdad cristiana. Claro que he recurrido a la psiquiatría de Dios, para abordar el tren de la esperanza. Yo me siento bien por ahora. Sin embargo pongo a Dios, como puente para alcanzar la verdadera conversión. El futuro es de ÉL. Espero aprender a vincularme con la Iglesia y no al revés. La Iglesia tiene sus fariseos y fanáticos en todas partes. Convivir o tener cerca a tantos buenos y malos cristianos, me ha dado la medida de sus contradicciones sobre la ausencia bíblicas. La vida es más hermosa y sencilla. Basta un escenario para ver las facultades sensitivas del arte, o acostarse en la ventana para ver al atardecer a Juan Griego… Somos diferentes pero iguales ante Dios. La vida nos acercó y tenemos una historia de años… y los que faltan”, Franco.
Estuvimos casados trece años. Mi hijo el pastor lo bautizó y fue miembro de la Iglesia Adventista, fue director de la escuela sabática los dos últimos años de su vida. Murió el 2-5-2009 de una enfermedad misteriosa.