Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios será contigo donde quiera que vayas. Josué 1:9.
La primera vez que alguien me dijo, lo que le agradaba de mi hijo era su sencillez y su mirada de niño, recordé que mi esposo me decía que “la diferencia entre un poeta y un niño, es que el niño crece y el poeta no”. Mi hijo no es poeta. No sé hasta qué punto la sencillez de su vida, ha contribuido para que en varias ocasiones, haya sido elegido “el profesor del año”. Esto me llevó a pensar, pues cuando su profesor y consejero de su doctorado falleció, le envió la siguiente condolencia a la viuda: “El fue como un ángel que Dios envió, para que me ayudara en algo que parecía imposible. Fue mi amigo y una inspiración. Pido a Dios que me use a mí, como usó al profesor para transformar muchas vidas”. Estas palabras son una especie de oración. Encierran valor moral y espiritual, sin nada que alimentar, porque expresan el deseo de prestar un servicio útil.
Lo admirable en las misivas, que durante su adolescencia mis hijos me enviaban, era la gratitud. Leamos dos mensajes de mi segundo hijo, durante los dos últimos años de bachillerato: “Espero que este día, sea uno de los más felices de su vida… soy muy afortunado en tener una madre, como usted que trata de superarse y que desea lo mejor para sus hijos. No podía dejar pasar este día sin decírselo, gracias mamá por todo”. Esto lo escribió cuando tenía 16 años, es una expresión del momento en que vivíamos. Como su papá tenía otro hogar con hijos, sin otra alternativa, nos divorciamos. En ese tiempo nuevamente, puse mi vida a los pies de Jesús. No tenía profesión y mi salud no era buena. Como debía ayudar a mis hijos, que decidieron estudiar en instituciones cristianas, yo también comencé a estudiar, me gradué de profesora y me dediqué a la enseñanza.
Leamos lo que me envió el siguiente año: “Deseo que este día sea uno de los mayores de su vida. Esta tarjeta es realmente poco para expresar toda la gratitud, que siento por la madre más maravillosa del mundo, por lo que ha sido para mí y para mis hermanos. Este año me gradúo, y nos separaremos por un tiempo. Quiero que sepas que siempre tendrás a un hijo, que te recordará y estará agradecido por todo, lo que has hecho por nosotros. Una vez me preguntaron: ¿Cuál es la persona que tú más admiras en este mundo? En seguida pensé en tantos grandes hombres. Pensé que la persona que más admiro es a mi querida madre. Tu hijo”. Copio esto porque considero importantes los sentimientos y el amor a Dios, que debemos sembrar en el corazón de los hijos.
Recuerdo ciertos aspectos de la vida de este hijo: tenía 7 años, cuando se enfermó de hepatitis. Estaba tan delicado, que debía tener reposo absoluto. Para entretenerlo le leía historias bíblicas y biografías de grandes hombres, algunos científicos, tal vez allí radicó su interés por las ciencias. Como además le leía poemas se convirtió en declamador. Casi siempre, cuando participaba en alguna actividad religiosa o cultural, recitaba algunos de sus poemas favoritos. No ha vuelto a declamar, sin embargo, lo oí comentar que tal vez, esa fase de su vida, que le permitió desarrollar sus cualidades de profesor.
Para mí y para mis hijos estudiar es un placer, la meta no es el dinero ni el brillo de un título, sino capacitarnos para un mejor servicio en el plan de salvación. Consideramos que cada peldaño en la escala del conocimiento, debe hacernos más comprensivos y humildes. Mi oración constante, es que la luz celestial los proteja. Cada vez que evoco estos recuerdos, un poema de adoración a Dios brota en mí ser.