Tenía entonces toda la tierra una sola lengua. Génesis 11:1.
Se conocen como pueblos prerrománicos a los que vivían, en la Península Ibérica antes del siglo III a. C., época cuando comenzaron las invasiones romanas. Los más importantes pueblos aborígenes eran los celtas, los vascos y los íberos. Los últimos dieron su nombre a la Península. Cuando el Imperio Romano se consolidó, impuso su cultura y el latín se convirtió en la lengua oficial en todo su Imperio. Después de siglos de esplendor, siguió la decadencia. El lujo y el orgullo de ser romanos, los llevó al abandono de sus deberes. Hordas de tribus bárbaras llegaron y arrasaron con todo. Al dividirse el Imperio Romano, del latín surgieron varias lenguas, con rasgos diferentes, porque procedían de la unión del latín con las lenguas de los pueblos, que habitaban cada región, son: castellano, italiano, francés, rumano, portugués, catalán, gallego, etc.
Los visigodos se establecieron en la Península Ibérica el siglo V. Los árabes llegaron el siglo VIII. Los reinos del norte resistieron la invasión árabe. Castilla se constituyó en abanderada de la religión católica y la reconquista del territorio español, lograron imponer su idioma, sobre los otros que había en la Península Ibérica. La lengua vasca, vascuence o euskara resistió la presencia de los romanos y las invasiones posteriores, la continúan hablando en el mismo territorio, como hace milenios.
Las lenguas derivadas del latín se llaman “lenguas romances”. En este sentido el término “romance” deriva de “romano”, porque los de las diferentes provincias del Imperio, llamaban al “latín”, la lengua de los romanos. La palabra “latín” viene de “Latio”, región donde surgió dicha lengua. De cada pueblo que invadió a España y de otros con quienes tuvo contacto, pasaron a ser voces de nuestra lengua.
Nuestra lengua nace en España, especialmente en el reino de Castilla. El vocablo “castellano” deriva de la palabra “castillo”, se debe a que en la antigua Cantabria, territorio situado al norte de la Península Ibérica, había muchos castillos. Los habitantes de las otras provincias y reinos, llamaban a sus habitantes “castellanos” y a la región “Castilla”. Esos castellanos eran revolucionarios, indóciles, guerreros y amantes de su libertad, razón por la cual los árabes no lograron dominarlos.
Los conquistadores trajeron al Nuevo Mundo la herencia cultural, que los pueblos fueron dejando en la lengua castellana. América también aportó, como todo era diferente, surgieron nuevas palabras. La lengua es un caudaloso río, formado por millones de gotas de agua fresca, cantarinas, que nacen cada día en el alma de los pueblos, en los laboratorios de los científicos y en el intelecto de los humanistas. Su caudal avanza, porque marcha al compás del avance cultural y científico de las naciones. Sobre la historia que guardan las palabras, el poeta chileno Pablo Neruda (1904-1973) escribió: “Tienen sombra, transparencia, pelos y todo los que se les fue pegando de tanto rodar por el río, de tanto trasmigrar de patria”. ¡Qué inmensa riqueza ofrece nuestra lengua! El don de la palabra es un talento que Dios nos ha regalado. Debemos cultivarlo para que sea agradable y eficaz nuestra misión en esta tierra.