Oración constante

       Orar sin cesar. 1ª. Tesalonicenses 5:17. 

        “Orar sin cesar” significa que, además de orar arrodillado varias veces al día, mientras caminamos, trabajamos o tomamos una decisión, debemos elevar nuestros pensamientos en oración silenciosa al Padre celestial.

           Cuando Darío el Medo tomó posesión del reino, nombró tres ministros y 120 gobernadores. El judío Daniel era el primer ministro, la envidia los dominó. No hallaban de qué acusarlo, laboraron el siguiente decreto: “Toda persona que tenga una petición a cualquier dios por 30 días, fuera de ti, oh Rey, sea echado en el foso de los leones”. Daniel estaba seguro que Dios es la fuente de todo poder, y siguió con su costumbre: entró en su casa, abrió las ventanas y oró arrodillado, como lo hacía tres veces al día. Los conspiradores lo vieron, acudieron al Rey y fue echado en el foso de los leones. El Rey había firmado un decreto, y no pudo salvar a su apreciado primer ministro, esa noche no pudo dormir, se levantó bien temprano, fue al foso de los leones y lo llamó. Daniel respondió: “Dios envió su ángel el cual cerró la boca de los leones”. Este testimonio  brilló en el paganismo. “En todo el dominio de mi reino, todos teman y tiemblen ante la presencia del Dios de Daniel, porque es el Dios viviente y su reino no será jamás destruido… Daniel prosperó durante el reinado de Darío” Daniel 6:25-26.

        He estado en la cama por días y hasta meses, me acostumbré a elevar mis pensamientos en oración silenciosa al Padre Eterno. Un día sentí que me desmayaba, gracias a Dios alcancé a llegar a la puerta de la casa. En ese momento pasó una amiga, me auxilió y con otro vecino, me llevaron por primera vez al cardiólogo. Después me hicieron el electrocardiograma y otros exámenes, descubrieron mis males: como la sangre pura y la impura se mezclaban dentro del corazón, no llegaba el oxígeno necesario a todo mi cuerpo. Los mayores problemas eran: la cantidad de úlceras que tenía en el colón, y el endurecimiento del hígado por falta de oxígeno, por el pronto regreso paralizaría sus funciones. Como el corazón trabajaba el doble bombeando la sangre, ya estaba recrecido y su tamaño continuaba en aumento, eso ya estaba afectando el pulmón. Cuatro años más tarde, el 13 de abril de 1967, fui operada de corazón abierto en el Hospital Universitario de Caracas. Aunque la operación fue un éxito, continuaba muy mal ya que las úlceras me producían fuertes dolores. Había leído sobre los beneficios del agua y empecé a ponerme paños de agua fría en el vientre. Una noche el dolor era tanto, que desesperada saqué hielo de la nevera, lo puso en un recipiente con agua y tomé un baño de asiento. Recosté la cabeza sobre las rodillas y me dormí. Dos horas más tarde desperté sin dolor. Continué con el mismo tratamiento, acompañado de oraciones y una alimentación adecuada, hasta que los cólicos desaparecieron, por fe me curé de ese mal.

       Un año después de la operación del corazón, los médicos me dijeron que me debía operarme del hígado, me encontraba mal. Mi deficiencia hepática continuaba, como la bilis pasaba a la sangre, el color de mi piel era amarillento, llamaba tanto la atención, que los cardiólogos me dijeron que debía operarme. Veinte y un años después de la operación del corazón, fue operada de la vesícula en el mismo Hospital. Continúo cuidando mi alimentación y me mantengo siempre ocupada, por fe me curé de ese mal. Cada noche me acuesto orando, presento mis problemas, los de mi familia, amigos y del mundo a Jesús en oración silenciosa. Nunca alcanzo a decir “amen”. El día siguiente me despierto llena de paz, nunca me despierto rápido. Busquemos la protección divina y cobijémonos en el manto, que siempre nos ofrece Jesucristo.

Articulo publicado en Volumen XII. Guarda el enlace permanente.

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