Oro y clamo, y Dios oye mi voz. Salmo 55:17.
Cinco días después del nacimiento de mí hija en Barquisimeto, fui hospitalizada de emergencia. En la cama me dormí, soñé que un enfermero llevaba una muerta y me dijo era yo. Desperté impresionada. Oraba cuando llegó el anestesista y me puso el analgésico. Comencé a despertar pasada la medianoche, estaba demacrada, inmóvil y una mano entablillada. Cada vez que habría los ojos, uno me decía: “tuvimos que operarte de emergencia, no te muevas”. Después el cirujano jefe me dijo: Veíamos como se te iba la vida. Habías perdido demasiada sangre y no resistías la operación. Se me ocurrió rellenarte el vientre con gasa y cosí, lo que hice escapa de la metodología estudiada en la Universidad y los libros de medicina. Dios oyó mi oración y los iluminó, permanecí doce días en el hospital, salí delicada pero sin complicación.
Fui operada de corazón abierto el 13-4-1967 en el Hospital Universitario de Caracas, seis años después del nacimiento de mi hija. Según los exámenes que me hicieron ocho meses antes, debía ser operada en el lapso de un año, como el corazón trabajaba el doble para que el oxígeno llegara a todo mi cuerpo, estaba recrecido. Los médicos me repetían que por la escases de oxígeno, el higado paralizaría sus funciones y podía morir, además tenía ulcerado el colón.
Tres días antes de mi operación, conocí al animador de televisión Renny Otolina, con el médico jefe encargado de mi caso, estaba visitando a uno de sus empleados en ese hospital. El día siguiente, un emisario del señor Otolina habló conmigo, con el fin de filmar mi operación. Ese día el hospital estaba en movimiento: los estudios de Radio Caracas TV estaban en el quirófano, filmando mi operación. Después, casi todos los que tenían un paciente en ese hospital conocían mi caso, me llevaban la mejor comida, consideraban que me ayudaban en mi recuperación. Cada día me visitaba mucha gente, unos presentaban los casos de sus enfermos. Por mi fuerte dolor era muy difícil oírlos y hablar mucho. Mi esposo llegó y le dijo al jefe, que teníamos una amiga que vivía cerca del hospital, donde podíamos estar. Tenía un mes de operada, y el jefe autorizó mi salida del hospital, como tenía muchas consultas, permanecí dos meses más en Caracas. Dios: me regaló la vida y cuidó mi casa, encontré cada cosa como la había dejado.
Pocos años después de la operación del corazón me quedé sola, enferma, sin profesión y con el deseo de ayudar a mis tres adolescentes hijos, para que estudiaran en instituciones cristianas. Como periódicos y revistas comentaron de mi operación, y fue pasada por televisión, muchos conocían mi caso y me era difícil conseguir trabajo. El amor por mis hijos, pudo más que mis dolencias y decidí estudiar: en un año me gradué de bachillerato. El primer semestre que ingresé a la Universidad Pedagógica, conseguí trabajo y enseñaba.
Como he estado en cama días y meses, me acostumbré a la oración silenciosa. En la casa o en el hospital, siempre elevo mis pensamientos al Padre celestial. Cada noche cuando me acuesto: presento mis problemas, los de mi familia, amigos y del mundo a Dios en oración silenciosa. No alcanzo a decir “amen”. El día siguiente despierto con paz. Jesús me ayudó a reeducar mi mente: no siento ira, odio, rencor, ni envidia contra nadie, de no ser así hace mucho, que las sombras me cubrirían y no hubiera podido ayudar a mis hijos. Aprendí a tener la mente siempre ocupada, porque después de la operación, los médicos me repetían que podía tener problemas mentales, pues la anestesia había pasado del tiempo requerido. “La paciencia de los santos” Apocalipsis 14:12, sintetiza lo que debemos hacer, para entrar en la patria celestial. La más exaltada educación que recibimos, se basa en moldear nuestro carácter y tener paciencia, rasgo que nos ayuda a tener una vida mejor aquí en la tierra. Las mejores medicinas son: la paciencia, la oración constante a veces silenciosa, la lectura de la Biblia y la comida vegetariana.