Entrada triunfal de Jesús en Jerusalén

  ¡Alégrate mucha hija de Sión! ¡Da voces de júbilo, hija de Jerusalén! Tu  Rey viene a ti, justo y salvador, humilde y cabalgando sobre un pollino hijo de asna. Zacarías 9:9. 

           La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, fue profetizada quinientos años antes de su nacimiento por el profeta Zacarías. Como la pascua era la fiesta nacional, en todas las regiones que iban los judíos a Jerusalén, para celebrar esa gran fiesta, que fue establecida la última noche, cuando el pueblo de Israel salió de Egipto. Multitudes que se reunían con Jesús y sus discípulos en Betania, lo acompañaron con regocijo: agitaban palmas y repercutían sus alabanzas en todas partes, creían que un nuevo reino estaba surgiendo, lo consideraban el heredero del trono de David. Era el primer día de la semana, cuando Cristo hizo esa entrada triunfal. Mucha gente que iba en camino, a la ciudad para observar la Pascua, se unió a la multitud que acompañaba a Jesús.

       Cuando Jesús con sus discípulos llegaron al monte de los Olivos, envió a dos de sus discípulos a una aldea que estaba cerca, para que le trajeran un pollino, en el cual nadie se había sentado. Lo consiguieron y en ese animal, entró a Jerusalén como Rey. Jesús siempre viajaba a pie, pero en ese momento cumplió con todo lo que estaba profetizado. Los discípulos pusieron “sus mantos sobre el pollino y subieron a Jesús encima. Y a su paso tendían sus mantos por el camino”. Como los discípulos y toda la multitud estaban muy gozosos, comenzaron a alabar a Cristo a grandes voces y decían: “¡Hosanna el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”.

           Llegaron cerca del monte de los Olivos, Jesús se apartó de la multitud y lloró por “la ciudad amada”. No lloraba por él, aunque pronto sería llevado al Calvario donde sería crucificado, lloraba por el fatal destino de Jerusalén y por la dureza de quienes él había venido a salvar. Jerusalén había sido honrada durante siglos, cada día los sacerdotes sacrificaban corderos, símbolos de la muerte de Cristo. Si hubiesen mantenido fieles, Jerusalén sería por siempre la ciudad elegida de Dios. El nacimiento, muerte y resurrección de Cristo estaban profetizados. Su pueblo lo rechazó, no querían que muriera por los pecados del mundo, sino que fuera coronado rey de Israel y sacara a los romanos, por eso recupero su reino terrenal. Igual pasará en los tiempos finales, la confusión invadirá a todos los que no tratan de comprender las verdades bíblicas.

          Los judíos se habían apartado completamente, de los caminos de Dios. Aunque por más de mil años, habían esperado la llegada del Mesías, como tenían un concepto tan equivocado de su misión, fue “despreciado y desechado entre los hombres” Isaías 53:3. Esta profecía se cumplió al pie de la letra, la cual está confirmada en los cuatro Evangelios. Cuando Cristo hizo su entrada triunfal en Jerusalén, se apartó de la multitud y lloró por “la ciudad amada”, en ese momento, por su continua rebeldía, selló su futuro: el año 70 más de un millón de judíos murieron, otros fueron esparcidos por toda la tierra y Jerusalén fue casi destruida.  (Base: Mateo 21:1-11. Marcos 11:1-11. Lucas 19:28-44)

 

Articulo publicado en Volumen XI. Guarda el enlace permanente.

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