Si tan sólo tocare su manto seré salva. Marcos 5:28
En el Nuevo Testamento no hay constancia de todos los milagros que Jesús realizó. Cada uno de los que se registran encierra una lección diferente. Multitudes siempre seguían a Jesús, la mayoría buscando una solución a sus problemas de salud. Fue en una de esas ocasiones cuando se realizó “el toque de fe” de una humilde mujer. Había estado enferma por doce años y se encontraba sin recursos económicos y debilitada física, espiritual y emocionalmente. Supo de las curaciones milagrosas de Jesús, pero no veía la forma de tener un encuentro con él. ¡Un día su esperanza revivió! Alguien le informó que el Salvador pasaría cerca. Muy emocionada y pensando que tal vez, esa era su única oportunidad encaminó sus pasos hacia ese encuentro de fe.
¡Pronto empezó a ver el rostro dulce del Salvador! Pero había tanta gente, que le parecía imposible presentar personalmente su problema. Entonces se le ocurrió algo diferente, comenzó a decirse: “si tan sólo tocare su manto, seré salva”, en ese contacto centró su fe y así sucedió. Jesús pasó y ella impulsada por su necesidad y su fe, alargó la mano, aunque apenas alcanzó a tocar el borde de su manto, fue curada inmediatamente.
-¿Quién es el que me ha tocado? –preguntó Jesús.
-Maestro, la compañía te aprieta y oprime, -respondió Pedro.
–Alguien me ha tocado, porque ha salido poder de mí, -contestó Jesús.
La mujer temerosa intentó ocultarse. Cuando se dio cuenta que Jesús la miraba, con lágrimas de gratitud se echó a sus pies. Con amor, Jesús le dijo:
-Hija, tu fe te ha salvado, ve en paz.
El objetivo fue dejar una lección, para que nadie le dé atribuciones milagrosas a objetos como el manto o el toque accidental, sino a la fe en el poder del Salvador. Sin fe es imposible que los milagros se den.
Muchas veces Jesús usó la misma expresión: “tu fe te ha sanado”. La fe permitió que en la vida de esa humilde y destruida mujer, brillara la esperanza, también como dijo un poeta: “la aurora sonreía con la luz en la frente”. La fe no es obra de la casualidad, es un don del cielo y hay que ejercitarla constantemente, para que un destello de luz celestial ilumine nuestro horizonte. Igual, nuestras dolencias pueden ser sanadas y muchos problemas tener soluciones, si nos acercamos al Padre Celestial con fe.
Tal vez no recordamos cuando Dios ha intervenido, ya sea porque hemos estado en peligro, enfermos o en apuros y hemos recibido la ayuda necesaria en el momento más oportuno, o porque hemos salido ilesos de accidentes fatales. Conozco a una dama que prácticamente estaba inválida, casi no podía moverse y por medio de la oración y la fe, los dolores comenzaron a desaparecer, las piernas se fortalecieron y todo cambió. ¡Qué felicidad más grande inunda el alma cuando, cuando como un testimonio de fe, compartimos con otros las bendiciones que el cielo nos otorga!