Tú, oh rey, eres rey de reyes; porque el Dios del cielo te ha dado poder. Daniel 2:37.
Babilonia tuvo momentos de gloria, con gobernantes destacados. El más importante fue Nabucodonosor. Bajo su reinado, el Imperio tuvo su mayor esplendor. Antes de la era cristiana, fue una de las ciudades más grandes y ricas del planeta. Los arqueólogos han encontrado abundante oro en sus ruinas, además del avance de sus conocimientos sobre matemática, astronomía, idiomas y arquitectura. El Rey nació el año 625. Tenía 20 años cuando (605) comenzó a reinar, ese año invadió por primera vez a Jerusalén, entre los cautivos estaba Daniel. Nabucodonosor murió en 562, a la edad de 63 años.
Al comienzo de su reinado tuvo un sueño que lo turbó. Pidió que llevaran a su presencia a “magos, adivinos, hechiceros y sabios”. Como no recordaba su sueño, le dijeron que lo podían interpretar. Eso lo enojó tanto, que los entregó para que fueran ejecutados. Daniel y sus tres amigos, no fueron invitados pero también debían morir. Daniel fue ante el Rey y le dijo, que si le daba tiempo podía resolver su enigma. Nabucodonosor, además de impresionado por el valor del joven, que era casi de su misma edad, como su sueño lo continuaba intrigando, accedió. Daniel oró y esa noche, Dios le mostró el sueño y su significado. Por la mañana, después de dar gracias a Dios, fue al palacio, hizo una introducción significativa y dijo: “Tú, oh rey, veías una gran imagen… Tú eres aquella cabeza de oro, después de ti se levantarán” otros reinos.
Las palabras: “Tú eres aquella cabeza de oro”, lo impresionó tanto, los sabios se valieron de eso y propusieron que hiciera una imagen igual a la del sueño. Eso le agradó y la reprodujo mucho más grande y toda de oro, como símbolo de un reino indestructible y eterno. Por la ambición, el orgullo y el egoísmo, olvidó la interpretación de Daniel y siguió el consejo de los sabios. Envió mensajes a todas las provincias para que fueran a adorarla, el que no lo hiciera sería echado en el horno de fuego. Daniel estaba ausente. Como sus tres amigos no se postraron, fueron llevados ante el rey. A sus preguntas respondieron: “sepas, oh, Rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado”. Furioso, mandó que calentaran el horno más de lo acostumbrado, ataron a los tres jóvenes y los echaran en el horno. Estaba tan caliente que murieron los que los llevaron. El Rey fue al lugar de la ejecución, miró al horno y espantado, dijo: “Veo cuatro varones sueltos que se pasean en medio del fuego; sin sufrir ningún daño; y el aspecto del cuarto es semejante al Hijo de los dioses”. El Rey los llamó y salieron. No tenían nada quemado, ni siquiera el pelo ni la ropa. El Rey reconoció su error y dijo: “Bendito sea el Dios de ellos… que envió su ángel y libró a sus siervos que confiaron en él y que no cumplieron el edicto del rey, y entregaron sus cuerpos antes que adorar” a otros dioses. Eso fue una comparación indirecta con sus dioses. Después dictó un decreto, según el cual nadie debía blasfemar contra el Dios de los tres jóvenes. Además, los engrandeció en los cargos que tenían en su reino.
Los rasgos de Nabucodonosor son los mismos de muchas personas. Hay momentos cuando el dinero y la posición los entenebrecen tanto que tergiversan los designios del Altísimo. Las bendiciones que Dios dio a esos tres jóvenes, son para todos los que con oración y el estudio de la Biblia confíen plenamente en sus promesas.
me fasina la biblia es el libro mas maravilloso del mundo