Por poco me persuades a ser cristiano. Hechos 26:28.
El más distinguido de los reformadores fue el alemán, doctor, sacerdote y profesor Martín Lutero (1483-1546) que se oponía a la venta de indulgencias. El día de “todos los santos” en 1517 colocó en la puerta de la catedral de Wittenberg, sus célebres 95 tesis con una invitación para discutirlas. Su argumento despertó tanto interés, que en dos semanas se dispersaron por Alemania. Los meses siguientes llegaron a casi toda Europa.
Lutero había asistido a varios concilios, llegó a la última cita en Worms con temor. Examinó sus escritos y con la mano sobre la Biblia “juró permanecer fiel… aunque tuviese que sellar su confesión con su sangre”. Estaba ante los poderosos de la tierra pero reflejaba paz. El Legado papal comenzó exigiéndole que se retractara. El respondió: “Comparezco humildemente hoy ante vosotros, según la orden que se me comunicó ayer, suplico por la misericordia de Dios… se dignen oír la defensa de una causa de la cual tengo la convicción que es justa y verdadera”. Añadió que todos sus escritos no eran iguales. Unos eran sobre la fe y las obras, otros se referían a los errores del papado. El tercer punto era sobre los males de la sociedad. No creía que debía retractarse y añadió: “Soy un simple hombre… Suplico que me probéis que he errado… Si me convencéis, retractaré todos mis errores y seré el primero en quemar mis escritos”.
El discurso fue en alemán, le pidieron que lo repitiera en latín y lo hizo. Eso facilitó la comprensión de muchos. Otros no dejaron que la verdad penetrara en sus mentes y se llenaron de ira. Cuando dejó de hablar, el Legado papal le dijo: “No habéis respondido a la pregunta… Se exige una respuesta clara y precisa. ¿Queréis retractaros, sí o no?” Les respondió: “no puedo someter mi fe ni al papa ni a los concilios, porque es tan claro como la luz del día, que ellos han caído muchas veces en el error… si no se me convence con testimonios bíblicos… no puedo ni quiero retractarme… ¡Que Dios me ayude!”.
La asamblea quedó asombrada. Carlos V lo miró con desprecio. El Legado Papal continuó igual: “Si no te retractas, el Emperador y los Estados del Imperio verán lo que hacen con un hereje obstinado”. Como la negativa de Lutero podía afectar a la iglesia, acordaron darle otra oportunidad. El día siguiente le preguntaron lo mismo, pero no cedió a las exigencias. Los Papas que habían hecho temblar a reyes, eran despreciados por un pobre monje. Dios lo fortaleció por su sencillez y seguridad, convenció a muchos.
Federico de Sajonia escuchó el discurso y decidió defenderlo. Carlos V habló sobre el peligro de perder el apoyo de la poderosa Roma. Esas palabras tuvieron su efecto. El día siguiente, la asamblea decidió proteger al catolicismo. Estaban en contra de Lutero, pero respetaban el salvoconducto hasta que regresara a su casa. Muchos querían protegerlo, veían el mensaje del Rey como una humillante sumisión a Roma. Fijaron pasquines en las puertas de las casas y en las plazas públicas, unos a favor y otros en contra. Como todo esfuerzo de reconciliación era inútil, Carlos V dio la orden para que regresara a Wittenberg, eso era un indicio de su condenación, debía morir. En ese viaje fue recibido con regocijo en todos los pueblos. De pronto fue secuestrado y desapareció, nadie sabía nada de él, estuvo un año ausente. Su inquebrantable fe lo ayudó a iniciar una nueva era, un nuevo amanecer y Dios lo protegió. (El Conflicto de los Siglos pp. 155-177)