¿Acaso una madre olvida y deja de amar a su propio hijo, aunque ella lo olvide, yo no te olvidaré. Isaías 49:15
Hace algún tiempo, escuché a un dirigente de una institución cristiana hablar con uno de sus hermanos, sobre sus problemas familiares. Consideraba que él y su esposa eran padres modelos, no entendían por qué sus dos hijos habían seguido el camino equivocado, razón por la cual los había sacado de su casa. Eso me puso mal, porque no creo que esos padres sean modelo. Nos preparamos por ejercer cualquier profesión, menos para orientar a nuestros hijos hacia el Salvador, a veces ni comprendemos nuestros errores. Si somos cristianos, debemos reflejar el amor y la bondad del Divino Maestro, a quien decidimos seguir. No debe haber contradicciones, entre lo que se predica y nuestra forma de vida. Estoy convencida en la necesidad de corregir a nuestros hijos desde muy pequeños, si a pesar del esfuerzo y la oración fracasamos, el padre es la última persona que debe abandonar a su hijo. Si eso sucede nadie le tenderá la mano.
Tuve un vecino cuyo hijo de 32 años, estaba pasando momentos difíciles. Se había casado hacía diez años con una mujer que tenía un hijo, en ese tiempo era mayor de edad y consumía drogas. Hubo una discusión entre los esposos y ella llamó a la policía. Después reconoció que había exagerado, no pudo impedir que llevara a su esposo preso. El se quedó sin hogar, sin trabajo y sin carro. El único familiar que tenía cerca era su padre. Dormía en el piso, frente a la puerta del apartamento de su padre, pues no aceptaba que le trajera sus problemas, no quería que nada lo afectara. La última vez que supe de ambos: el hijo estaba envuelto en drogas y el padre murió solo.
La historia de “un comisario de la policía de Nueva York”, comienza con las pesadillas del niño abandonado. Ya adulto, decidió hurgar su pasado. Eso lo llevó a la “infancia brutal” que tuvo su madre, después pasó al alcoholismo, la drogadicción y la prostitución, hasta que fue asesinada a la edad de 34 años. El caso fue archivado, sin encontrar a los culpables. Finaliza con la siguiente reflexión: “Pienso en mi madre y en lo distinta que habría sido su existencia si cualquier persona, hubiera tenido fe en ella… He tenido la fortuna de cruzarme con personas… que creyeron en mí, me tendieron la mano y me permitieron ir más allá de mis expectativas” (Selecciones, abril del 2002.).
Si damos la mano al caído, incluyendo hijos, nietos, cónyuges, hermanos y nos esforzamos por tener unidad familiar, evitaremos que nuestros jóvenes se desvíen. La bendición caerá también sobre los ancianos, terminarán sus días rodeados del amor de sus hijos. Un hogar cristiano así es “un pequeño cielo” en la tierra. El plan de Dios es que tengamos paz y seamos felices, pues el amor viene de lo alto.