Cristo, descendiente de David

Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David. Mateo 1:1

           David, “el dulce cantor de Israel”, nació en Belén, la misma ciudad donde más de mil años después nació Cristo. Durante su adolescencia, mientras David cuidaba los rebaños de su padre, entonaba los cantos que él mismo componía, acompañados con su arpa. En esa vida solitaria, fue donde bajo la dirección divina, se preparó para su vida futura.

         El profeta Samuel estaba triste porque Saúl, el primer rey de Israel, había pecado. Dios le dijo: “¿Hasta cuándo has de llorar a Saúl?… te enviaré a Isaí de Belén, porque de sus hijos me he provisto de rey”. El profeta fue a Belén, invitó a los ancianos y levantó un altar. Allí estaba Isaí con siete de sus ocho hijos. Mientras los miraba, recibió otro mensaje celestial: “No mires su parecer, Jehová mira no lo que el hombre mira; el hombre mira lo que está delante de sus ojos, más Jehová mira el corazón”. Samuel le preguntó a Isaí:

–         ¿Falta alguno de tus hijos?

–         Oh, sí, el menor, está cuidando las ovejas.

         El servicio comenzó después que David llegó, el profeta Samuel lo ungió únicamente delante de sus hermanos. David volvió a las colinas de Belén y continuó tan humilde, como antes de su ungimiento. Su comunión con el Padre Eterno era cada vez más intensa.

         La vida de Saúl no cambió. El orgullo lo llevó por caminos tan torcidos, hasta pensaba que Dios era injusto. Estaba a punto de perder la razón, cuando sus consejeros le recomendaron que usara el servicio del músico David. Después era llevado a Saúl cada vez que era necesario. Su música sublime aliviaba el espíritu atormentado del Rey.

           Israelitas y filisteos entraron en guerra. Tres de los hermanos mayores de David formaban parte del ejército. Un día, su padre lo envió para que averiguara la condición de sus tres hijos y les llevara regalos. Cuando David llegó, oyó gran alboroto, como si la batalla estuviera por comenzar. Corrió y saludó a sus hermanos, mientras el gigante Goliat salió al campo, como lo hacía por 40 días, con lenguaje ofensivo retó a los Israelitas. Nadie respondió, todos estaban deprimidos. David conmovido exclamó: “¿Quién es ese filisteo que provoca a los escuadrones del Dios viviente?”. Sus hermanos sabían que David manifestó valor y fortaleza, sentimientos poco comunes en un joven. Recordaban la visita del profeta Samuel. Uno de ellos lo censuró y le preguntó: “¿Para qué has venido?”. Las palabras de David llegaron al rey Saúl y fue llevado a su presencia. El Rey trató de disuadirlo. David respondió: “tu siervo irá y peleará con ese filisteo… Jehová me librará de su mano”. David llegó al campo de batalla, y con una piedra por medio de la honda venció al gigante Goliat.

           Derrotaron a los filisteos. Cuando los israelitas regresaban a su ciudad, las mujeres los recibieron cantando: “Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles”. Como alababan a David más que al Rey, los celos lo llenaron de odio. El canto de David, lo llevó a pensar que si  conquistaba a su pueblo reinaría en su lugar. Aunque su música le calmaba sus nervios, dos veces le arrojó una lanza. Dios lo salvó y huyó. El rey Saúl, el resto de su vida, persiguió a David para matarlo, pero sus planes fracasaron. En su última guerra con los filisteos, Saúl estaba tan separado de Dios, que buscó a una pitonisa, ese acto selló su perdición. En el campo de batalla, murieron sus hijos y como él estaba herido, se suicidó. David ocupó el trono. Reinó 40 años y de su descendencia nació Cristo. (Base: 1ª. Samuel 16-19)

Articulo publicado en Volumen V. Guarda el enlace permanente.

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