El bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida y en la casa de Jehová moraré por largos días. Salmo 23:6.
¡Cuántas bendiciones recibimos, si depositamos toda nuestra confianza en el Padre Celestial! Estuve pensando en la vida de una amiga, que en cierto sentido tiene aspectos parecidos a la mía: ambas nacimos con problemas de salud, el de ella relacionada con su columna vertebral y el mío con el corazón.
Aunque la apariencia de mi amiga es excelente, siempre ha sufrido, ya que nació con un problema grave en su columna vertebral. Desde pequeña la mayor parte del tiempo estaba hospitalizada, según los médicos especialistas podía quedar incapacitada y tal vez viviría poco. Su madre, una cristiana, le enseñó a confiar plenamente en Dios. Los años pasaban y fue creciendo. A pesar de sus males fue a la escuela: después de la primaria, se graduó de bachillerato, comercio y cursos manuales. En el tiempo indicado llegó un joven, que a pesar de la mala salud de mi amiga, como lucía hermosa y noble, se casaron. El día de su boda uno de mis hijos, tomó parte en la ceremonia. Tuvieron dos hijos. Aunque jamás se ha curado de sus dolencias, siempre realiza alguna actividad, ya sea en la iglesia o en el medio donde se encuentra. Las bendiciones celestiales superan los dolores y la incapacidad corporal, si confiamos plenamente en el Salvador.
Yo también nací con un problema en mi corazón. En esa época nadie pensaba que una niña, y después joven podía tener problemas cardíacos, aunque varias veces me hicieron radiografía del tórax y no salía bien, jamás me hicieron un electrocardiograma, ni siquiera antes del nacimiento de mis hijos. El problema lo tenía después de los partos, pues la placenta no salía. El primogénito nació en un hospital, después me hicieron una pequeña operación. Las cosas se complicaron cuando nació mi segundo hijo, lo tuve en la casa y me atendió una partera. Como quedaron restos de la placenta, veinte días después me sentía tan mal, que fui al hospital y hubo alarma cuando yo llegué.
El nacimiento de mi hija fue peor: necesité una intervención quirúrgica cinco días después. Según el cirujano jefe, mientras estaba en el quirófano veían como se me iba la vida, había perdido demasiada sangre y no resistía una cirugía mayor. Repentinamente hicieron algo, que según me dijeron después, no aparece en los libros de medicina. No tuve complicaciones y el milagro se dio. Permanecí en la cama del hospital doce días.
Por mis problemas en el colón y el hígado, me levantaba casi sin poder caminar, al pensar en mis hijos, me olvidaba del dolor y miraba el porvenir con optimismo. Doy gracias a Dios porque me dio valor, para ayudarlos en el momento más necesario. Ya son adultos y profesionales. Cada día escribo pensando en ellos para que su fe aumente.
He leído sobre discapacitados, que decidieron desarrollar sus dones intelectuales, y han triunfado en varias ramas del conocimiento. Inclusive ha habido hasta científicos, que han alcanzado grandes éxitos. Considero importante mantenernos siempre en oración y ocupados, en caso contrario nuestra vida empeorará.