Dios muda los tiempos, quita reyes y pone reyes. Daniel 2:21
Daniel de apenas 20 años, además de dar gracias a Dios, antes de narrar el sueño al Rey y darle su interpretación, se comunicó con el encargado de ejecutar el decreto real, para pedirle que no matara a los “magos, astrólogos, adivinos, hechiceros y sabios” del reino. Daniel actuó como un embajador celestial. A esos hombres, Dios les dio una nueva oportunidad, para que comprendieran cuán equivocados estaban.
Babilonia representa la cabeza de oro de Daniel 2. Nabucodonosor la convirtió en la ciudad más grande y rica de su época. Sus jardines colgantes son una de las 7 maravillas del mundo antiguo. Tenían abundantes templos, santuarios y altares a sus dioses. El imperio duró menos de un siglo: 606-539 antes de Cristo. Comenzó con Nabopolasar su padre y terminó con el rey Belsasar, su nieto. Después de la muerte de Nabucodonosor, hubo por lo menos tres reyes de su familia. A Nabonido, su hijo le tocaba el poder, pero se fue para otro lugar y quedó en el gobierno Belsasar. Los reyes que siguieron a Nabucodonosor, han sido considerados incompetentes. Como se dedicaron a disfrutar de las riquezas, y el lujo que habían heredado, el Imperio decayó y fue dominado por los Medo-persas.
Daniel 5 narra el fin del Imperio Babilónico, con la muerte de Belsasar quien “dio un gran festín en honor a mil dignatarios”. Las prolongadas fiestas eran comunes en la antigüedad. El Rey para probar que nada era sagrado, mandó que llevaran, para ser usados los vasos sagrados, que años antes habían sacado del templo de Jerusalén. La ruidosa alegría fue callada cuando una mano misteriosa, escribió en la pared un mensaje que nadie podía leer. El rey pidió a gritos la presencia de los sabios. Como nadie entendía su significado, en ese momento de confusión, entró la reina madre y aconsejó que llevaran a Daniel, quien antes había interpretado los sueños del rey Nabucodonosor.
El orgullo los había hecho creer, que las gigantescas y fuertes murallas los hacían invencibles. Esa noche, la orgía los tenía tan confiados en su seguridad, que hasta las fuertes puertas de bronce, que daban al río estaban abiertas. Mientras la confusión reinaba y los enemigos entraban a la ciudad, el anciano Daniel llegó ante el rey y leyó el terrible mensaje. Fue condecorado y proclamado el tercero del reino. Belsasar era el segundo, ya que su padre Nabonido aún vivía. El río Eufrates fluía a través de Babilonia. La fatídica noche del 12-10-539, el ejército bajo al mando de Darío el Medo desvió su caudal, como el agua disminuyó, los soldados entraron mataron a los guardias y después al Rey. Tomaron a Babilonia, que pasó a formar parte del Imperio Medo Persa, dominado por Ciro el Grande. Darío de 62 años, murió un año después, Ciro quedó encargado del reino. Organizó el gobierno y nombró a Daniel su primer ministro.
A la edad de 70 y 9 años después de la muerte de Nabucodonosor, Daniel tuvo la visión del capítulo 7. Las 4 bestias, concuerdan con los imperios mundiales de Daniel 2. Los animales subían del mar, según Apocalipsis 17:15, surgían imponiéndose sobre “pueblos, muchedumbres y naciones”. La primera bestia representa a Babilonia y “era como león”. Ese símbolo concuerda con ciertos rasgos culturales y religiosos de ese Imperio, pues han sido encontrado leones esculpidos en las ruinas de esa ciudad.
Babilonia era un territorio cerca de Bagdad, la capital de Irak. Tuvo momentos de gloria, con reyes destacados como Sargón, que el siglo XXIII antes de Cristo, fundó el primer imperio mundial. Cinco siglos después surgió Hammurabi, su famoso código es considerado uno de los “grandes textos de la literatura jurídica universal”. Bajo el reinado de Nabucodonosor (605-562 antes de Jesús) tuvo su mayor esplendor, pues era una de las ciudades más grandes y ricas del planeta. Los arqueólogos han encontrado abundante oro en sus ruinas, además del avance de sus conocimientos sobre matemática, astronomía, idiomas y arquitectura. El Salmo 137 comienza con el lamento de los judíos, durante sus 70 años de cautividad: “Junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos y llorábamos”.