Ante las cámaras de televisión

Mi socorro viene de Jehová que hizo los cielos y la tierra. Salmo 121:2.

El diagnóstico de los últimos exámenes médicos que me hicieron a  mediados del año 1966, indicó que debía ser operada de corazón abierto lo más pronto posible. Escribí sobre ese dictamen a un pastor amigo, que vivía en California, le pedí que averiguara si había alguna posibilidad que yo pudiese ir a Estados Unidos para tal fin.

En esos días, en el Hospital de Loma Linda, en California, trabajaba un cirujano cardiovascular muy famoso. El pastor consiguió una entrevista con el galeno y le presentó mi caso. El médico se interesó y ofreció operarme gratis. Para ahorrar gastos procuraría que yo permaneciese el menor tiempo hospitalizada, mientras mi condición física no me permitiesen regresar a mi país, él continuaría controlándome donde estuviese hospedada. Añadió que se podían hacer arreglos con el hospital para facilitar el pago. Me alegró muchísimo esa carta y la tuve sobre mi corazón un rato. La desilusión no se hizo esperar: no tenía posibilidades de conseguir dinero para comprar el pasaje, ni para las demás cosas del tiempo que estaría después de la operación. Como estaba muy enferma, deposité todo mi dolor en los pies de Cristo y me olvidé de eso.

Dos meses más tarde, otra crisis me obligó a pensar nuevamente en la operación. Una semana después, ingresé al Hospital Universitario de Caracas. Tres días antes de la intervención conocí a Renny Otolina, un famoso animador de televisión, que con el médico encargado de mi caso, andaba visitando a uno de sus empleados, el cual estaba recluido en ese hospital. Al día siguiente, un emisario del Sr. Otolina habló conmigo sobre la posibilidad de filmar mi operación.

Ese día, el hospital estaba en movimiento, porque los estudios de Radio Caracas TV estaban en el quirófano, filmando mi operación. Por tal motivo, casi todos los que tenían algún paciente en el servicio de cirugía del hospital, conocían de mi caso y se interesaban en mí. Después de la operación me llevaban la mejor comida, la cual  consideraban que me ayudaría en el proceso de recuperación. Un mes más tarde salí del hospital, por requerimiento médico permanecí en Caracas dos meses más.

Salí del hospital con los mismos 20 bolívares que tenía cuando ingresé. Aun para mi madre que permaneció todo el tiempo a mi lado cuidándome, hubo abundante comida de la mejor calidad. Cuando pude regresar a mi casa, a mi ciudad, lágrimas de gratitud y alabanza rodaron por mis mejillas. No tuve la ayuda necesaria para ir a Estados Unidos, pero el Salvador tenía otras maravillas para mí. No sólo había cuidado de mí, sino que dirigió a los cirujanos en mi operación y me regaló una nueva vida. Además cuando pude volver a mi casa, en Maracay, encontré todas las cosas como la había dejado. Mientras secaba mis lágrimas repetía cual si fuese una oración: «Mi socorro viene de Jehová que hizo los cielos y la tierra». Aprendí que si confiamos y oramos cada día a Dios, sus bendiciones serán abundantes.

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