A mi nieto

Me acuerdo de la fe sincera que tienes. Primero la tuvieron tu abuela Loida y tu madre. 2ª- Timoteo 1:5 

         La víspera de una Nochebuena me encontrada somnolienta, cuando una llamada telefónica me hizo entrar en actividad. Era mi nieto que me invitaba a la cena de Navidad. Ese día, los recuerdos invadieron mi mente. Tenía pocos meses de nacido, cuando lo tomé por primera vez en mis brazos. Por cuestiones de trabajo, sus padres se mudaron cerca de la ciudad donde yo vivía, así que los visitaba frecuentemente. Después del almuerzo, nos acostábamos a tomar la siesta. Mi nieto tenía cinco años. Con la intención de dormirlo, acudía a mi repertorio de cuentos. Casi siempre era yo la que terminaba en los brazos de Morfeo, pero mi nieto me despertaba para que continuara. Aunque en mis historias se mezclaban la realidad y la fantasía, un día para mi sorpresa, me dijo:

–         Abuelita, yo conozco a esos personajes.

–         No puede ser hijo, los leí en un libro –comenté sonriendo.

        Yo nunca especificaba en qué libro, porque a veces era la vida de nosotros. Los cuentos continuaban, mientras mi nieto comenzaba a descubrir, que algunos de los personajes se parecían a seres tan cercanos a él, como su papá, su tío, su tía, hasta a mí me encontró inmersa en esos cuentos.

         Posteriormente, mientras su padre trabajaba como pastor al Sur de Venezuela, un creyente le trajo de los Caños del Orinoco un loro y se lo regaló a mi nieto, quien le puso el nombre de Loreto. El niño pasaba la mayor parte del tiempo jugando y hablando con su loro. Un día desapareció. ¡Cuán triste se puso! Llorando acudió a su padre:

        – Papá vamos a orar.

Dos días más tarde, cerca de la casa, su mamá encontró a loro. Tan pronto el pequeño lo vio, gritó en voz alta: ¡Loreto! ¡Loreto! ¡Loreto!

         En ese momento, Loreto voló hacia su jaula con otro loro. Por semanas, mi nieto reflejaba su felicidad cantando y contando, cómo Dios no sólo le contestó su oración, sino que además le regaló otro loro.

         El tiempo siguió su curso y el niño se transformó en adulto, afrontando los cambios que llenan la vida, con emociones, sueños, esperanzas y frustraciones.

        ¡Un nieto es un hijo! Le dedico estas líneas con cariño, para acercarlo al horizonte de la fe. Leamos esto de un poeta: “empezar a decir siempre, y en adelante no volver a decir nunca”, reflejan el profundo optimismo del ser. La plegaria que continuamente brota de mis labios es: Dios mío, protégelo y dale sabiduría para que siempre marche por tu senda.

        ¡Tengo 6 nietos y 2 bisnietas! ¡Qué privilegio! Mi oración constante es: ¡Amado Jesús, ayúdame quiero encontrarme con toda mi familia en la patria celestial!

 

Articulo publicado en Volumen V. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.