Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Salmo 19:1
Estos fragmentos de cartas dirigidas a mi esposo, pertenecen a los recuerdos de mi canto de alabanza al Creador.
Enero 20 del 2000. Es casi medianoche y acabo de mirar por última vez el sorprendente espectáculo de un eclipse lunar. Aunque salí con un poco de miedo, obedecí la voz de mi hijo quien me llamó para que no perdiera esa oportunidad. A pesar de la luz de los faroles, pude contemplar la radiante luna llena, con un fenómeno conmovedor. El eclipse vino con tu cumpleaños. Una vez más, mientras observaba el firmamento, mis pensamientos y mis oraciones se impregnaron de olores celestiales para colmarte de bendiciones. ¡Cómo quisiera tenerte cerca!
La noche del viernes 3 de noviembre del 2000, un profesor de física aprovechó el cielo despejado en Collegedale, Tennessee. En esa época del año, se produjo el mayor acercamiento entre Júpiter y Saturno, para ofrecernos un perturbador espectáculo, el Profesor instaló dos telescopios en el estacionamiento que está frente al Departamento de Ciencias. Primero vimos a Saturno con sus anillos y a Júpiter con tres de sus lunas. Después, con el telescopio más potente enfocó la luna. ¡Qué experiencia más hermosa! Contemplé la luna con sus sombras, cráteres y mares de arena, tal como frecuentemente la vemos en libros y láminas. Parecía un broche de un dorado inédito.
Mi esposo, me contestó:
«Zoila… Los recuerdos cuando son compartidos adquieren otro matiz. Ya me llenaste de infinitos y firmamentos una vez más. Te has convertido en pastora de estrellas y lanzas al aire pensamientos, que Dios conduce al alba de mi territorio para encender el buen día cotidiano… Franco»