Jesús vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y se levantó y le siguió. Mateo 9:9.
Mateo era un publicano, trabajaba en la recaudación de impuestos, al servicio del Imperio Romano. Mientras estaba en su oficio, pasó Jesús y lo llamó, dejó su actividad y lo siguió. Lo primero que hizo fue invitarlo a un banquete, que hizo en su honor en su casa, también invitó a sus amigos. Jesús fue con sus discípulos, los fariseos y escribas lo criticaron porque “comía y bebía con publícanos y pecadores”. La respuesta de Jesús fue: “Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos” Lucas 5:31. Probablemente, cuando Mateo fue llamado ya sabía los milagros de Jesús y lo siguió fielmente. Fue apóstol, evangelista y autor de “El Evangelio según San Mateo”.
Mientras Jesús preparaba a sus discípulos, para la misión que debían realizar, se presentó Judas Iscariote. Estaba convencido que era el Mesías, pensaba que si lo seguía podía ocupar un alto puesto, cuando fuera proclamado Rey de Israel. No fue llamado, se ofreció y le dijo: “Maestro te seguiré a donde quiera que fueres”. Jesús no lo rechazó, ni le dio la bienvenida. Lo aceptó y pasó a formar parte de sus 12 discípulos, parecía ser muy respetable. Por su habilidad administrativa, se ganó la confianza de todos y pasó a ser el tesorero. Introdujo dudas y controversias, porque consideraba que los otros discípulos eran inferiores a él. Tenía una opinión tan elevada de él, que criticó a María Magdalena cuando ungió los pies de Jesús. Jamás imaginó que Cristo sería arrestado y menos que moriría. Su ambición y orgullo lo llevaron a entregar a Jesús. Se dio cuenta de su error, poco antes de la crucifixión de Cristo, entonces fue y se suicidó.
Tomás era otro galileo ferviente amaba a Jesús, pero era tardo en creer. Seguía sus convicciones y no se dejaba convencer fácilmente. Según Juan 20, no estaba después de la resurrección, cuando Cristo se presentó por primera vez a sus discípulos. Como dudaba, dijo a sus amigos: “Si no viere en sus manos la señal de los clavos… y metiere mi mano en su costado, no creeré”. Una semana después, los discípulos estaban reunidos, cuando Jesús entró, lo miró y le dijo: “pon aquí tu dedo y mira mis manos; acerca tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo”. Tomás lo reconoció y lleno de gozo se echó a sus pies, Jesús lo aceptó con suavidad, para reprender su incredulidad le dijo: “porque me has visto, creíste; bienaventurados los que no vieron y creyeron”.
Otro elegido fue el apóstol cananeo: “Simón llamado Zelote” Lucas 6:15. Esto significa que formaba parte de un grupo, que en esa fecha eran defensores de la ley mosaica y de sus ritos. Los siguientes discípulos, según los evangelios son: Judas y su hermano Jacobo, que escribió “La carta del Apóstol Judas”. Después de la ascensión de Jesús, los once eligieron a Matías que ocupó el lugar de Judas Iscariote. Los discípulos siguieron las enseñanzas de Jesús y sentaron la base del cristianismo. Al final del tiempo, cuando descienda la nueva Jerusalén, veremos que “el muro de la ciudad tiene doce cimientos, y sobre ellos los nombres de los doce apóstoles” Apoc. 21:14. ¡Qué privilegio!