Ten misericordia de mí, oh Jehová, porque estoy enfermo. Salmo 6:2.
Si nuestros sentimientos están en armonía con el Padre Celestial, recibiremos la sabiduría necesaria, para saber qué debemos hacer en los momentos difíciles. La persona que no sigue los caminos de Dios, sin darse cuenta, puede dejarse dominar por pasiones ciegas y hacer un ídolo del objeto de su elección. Si permitimos que Jesús entre en nuestro corazón, seremos bondadosos con todos los que estén a nuestro alrededor. En esto, los más beneficiados somos nosotros y nuestros hijos.
He oído muchísimas historias de personas, que en diferentes momentos de su vida han recibido bendiciones, porque seres celestiales los han salvado. Igual me sucedió a mí y a mi familia hace más de cuarenta y cinco años.
Desde niña mi salud siempre era frágil. En uno de los momentos más difíciles de mi vida, mi esposo también se enfermó. Como estaba bastante delicado y por mi condición física yo no lo podía atender, su mamá se hizo cargo de él. Yo me quedé con nuestros tres pequeños hijos. Una nueva crisis me obligó a tomar la decisión de ingresar al Hospital Universitario de Caracas. Dos días antes de ser operada de corazón abierto, recibí la visita de mis tres hijos. Aunque sus tíos los controlaban, de pronto mi hija de cinco años, corrió hasta la silla donde me tenía sentada, me abrazó y me dijo: “mamita, mi papá vomitó sangre”. Yo disimulé mi preocupación, su tía la tomó y con sus dos hermanos se lo llevó. Terminó la visita y me quedé sola. El caso era complicado, pensaba en mi condición, la de mi esposo y mis tres niños. Era el 11-4-1967 y yo iba a ser operada dos días después. Consternada le preguntaba a mi amado Jesús ¿qué será de mis hijos si uno o los dos fallecemos? ¿Qué puedo hacer? En ese momento la luz divina penetró en mí y llamé a una amiga, que tenía un puesto importante en el Seguro Social, le hablé de nuestra condición. Dios intervino porque esa misma noche, mi amiga hizo todas las diligencias necesarias. Lo maravilloso fue que en la mañana del mismo día, que yo fui operada, mi esposo ingresó al hospital militar de Caracas. Dios hizo el milagro en ambos: aunque mi recuperación fue más lenta, tres meses después los dos volvimos al hogar.
Durante esa larga convalecencia, la mayor parte del tiempo debía estar en la cama, dedicaba largas horas a la lectura y al estudio de ciertos libros, que me fortalecieron y me prepararon para el futuro. Los años pasaron, mi esposo me abandonó y mis hijos crecieron. Eran adolescentes y necesitaban de mi ayuda económica, para estudiar en instituciones cristianas. Fui a la Zona Educativa y presenté los exámenes de bachillerato en un año. Además, ingresé en la Universidad Pedagógica y conseguí trabajo en educación. Es difícil trabajar y estudiar con una salud frágil, pero me gradué en el tiempo establecido. Dios me fortaleció tanto, que pude ayudar a mis hijos. Tenía poco dinero y tuve alumnos que venían a mi casa, la mamá de uno me pagó el doble de lo que le había pedido. Otro aspecto está relacionado con mi carro: era viejo como tenía que ayudar a mis hijos, no necesité repararlo. Gracias a Dios mis hijos estudiaron y son profesionales: el mayor es pastor, el segundo profesor universitario y la hija enfermera. Los humanos no sabemos qué es lo mejor, pero si con oración y fe, ponemos nuestra vida en las manos de Dios, recibiremos un raudal inmenso de bendiciones celestiales.